Yonny
abrazó con pasión la causa del insectalismo. Según su ideario, ni siquiera los
entomólogos podían sentirse autorizados para –en nombre de la ciencia- disecar
especímenes. Aseguraba a sus camaradas que toda especie de insecto estaba
amenazada por el espectro de la extinción; con ella vendría el holocausto del
planeta y de la humanidad toda.
Arrastrado
por su idealismo extremo, dinamitó la sede donde se llevaba a cabo el Congreso
Internacional de Entomología. En la horrenda explosión murieron centenares de
científicos, periodistas, autoridades y empleados.
Una vez
apresado, Yonny declaró que la salvación de la Tierra bien valía la vida de
unos pocos. Que en el futuro se entendería la razón de su sacrificio y que
millones seguirían la senda señalada.
Fue
ejecutado sin apelación a pocos días del desastre. No fue el final del asunto,
por cierto. Así se dan las cosas, con arreglo a las incontrarrestables normas
que rigen nuestros actos.
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