El
perro se sentó en el sillón y encendió un habano perfumado, mientras el humano
acarreaba las pantuflas para depositarlas con humildad a sus patas. El humano
lamió la pata delantera que le extendió, condescendiente, el can. Miró las
noticias consumiendo el cigarro a grandes bocanadas. Cuando le dio apetito, se
encaminó a la mesa para ocupar la cabecera. El humano ya tenía dispuesto un
banquete para emperadores. El perro fue zampándose los manjares uno tras otro, con eficacia
sorprendente. Cuando hubo terminado, emitió un eructo con trazas de ladrido;
luego partió a ocupar la cama que había sido del humano. Se durmió pronto.
Soñó, complacido, que su sirviente lavaba y ordenaba la loza, y que además
velaba su descanso.
13 septiembre, 2013
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1 comentario:
Todo al revés, como en un cuento de R. Bradbury en que los blancos llegaban a la luna y allá los esclavos eran ellos y no los negros.
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