Érase un dragón cuya fama
consistía en cazar a los armados caballeros que pretendían acabar con su
especie. Naturalmente, se trataba de un dragón muy gallardo y poderoso,
invulnerable para las armas de acero de los humanos. Coleccionaba las cabezas
de los desgraciados combatientes y las acomodaba sobre un mesón enorme. Allí se
equilibraban torres de cráneos con sus respectivos yelmos. Con el tiempo, los
caballeros fueron exterminados y se inició el reino de los dragones, que tras
unas décadas acabaron por devorar al último humano. Ahora apenas quedan algunos
vestigios de su civilización, a punto de ser olvidad. Esta crónica se escribe para eterna gloria de
nuestra imperecedera raza de dragones.
22 noviembre, 2013
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