El recinto es cerrado y sombrío,
apenas iluminado por una solitaria ampolleta colgante. La mujer pájaro se
afirma con sus garritas al columpio de su jaula de oro gracias al prodigioso
manejo de su larga cola emplumada y contempla con devoto amor al gran pájaro de
rigurosa etiqueta que la vigila desde su silla. De la mano del pájaro hombre
emerge la cuerda que acaba en la pulsera que aprisiona la pata de la mujer
pájaro, una precaución innecesaria, pues ella lo adora con una fuerza solo
comparable a la devoción de él. Así permanecen, vinculados ad aeternum,
convencidos que los unen ataduras inútiles y febles, amantes eternos e
indestructibles.
07 octubre, 2015
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