El felino de nuestra historia
pensó tanto en los pájaros a lo largo de su vida que los convirtió en su razón
para vivir. Los acechaba con sus ojos magnéticos desde cualquier escondite:
camuflado entre las ramas, desde los puntos altos, en las sombras. Rara vez los
atrapaba, pues era algo lerdo; tampoco necesitaba alimentarse con ellos; era un
gato de casa, bien cuidado y nutrido.
Con los años, llegó a amarlos;
abandonó el propósito ancestral de la cacería. Les agradaba contemplar la
majestuosidad de su vuelo, los ornamentos que algunos lucían como si fuesen
joyas, sus trinos melodiosos y originales. Así, fueron llenando su mente. Por
fin, en sus últimos tiempos, surgió un nido sobre su cabeza.
Por los bordes construidos con
finas ramas apenas sobresalen sus puntudas orejas. Se escucha el piar de las
jóvenes aves. Nuestro gato se aprecia feliz. Es un gran espectáculo.
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