Nunca se fue el verano, al revés, las oleadas
de calor continuaron o más bien arreciaron. Comenzaron los incendios de bosques
y su magnitud fue en aumento; se fueron propagando a las ciudades. El cielo se
tornó gris, rojizo en amaneceres y ocasos. La atmósfera se convirtió en una
nube tóxica. Vinieron las enfermedades respiratorias: viejos y niños fueron
víctimas de la plaga letal. Después, la muerte fue cundiendo entre los
sobrevivientes. La gente huyó a los bosques y perecieron por millones en los
incendios. Algo similar ocurrió en las urbes, amplificado por el caos creciente
y por el surgimiento de pandillas criminales impulsadas por el instinto de
supervivencia. Todo esto ocurrió en el espacio de unos pocos años. Así llegamos
al estado actual de cosas.
28 enero, 2017
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