21 agosto, 2005

Literatura fantástica en Chile

En esta pequeñísima comunidad de escritores y lectores que logra sobrevivir en medio de la jungla, la farándula y el consumo, existe una fuerte convicción: en Chile literatura y fantasía constituyen un matrimonio imposible. Tal creencia se fundamenta en la carencia de estudios sistemáticos (son pocos y parciales, la mayor parte realizados en el extranjero, para mayor desgracia), por falta de interés de las editoriales mayores (para qué arriesgarse en un género sin tradición), y por la generalizada escasez de lectores (que a estas alturas parece un mal endémico que afecta a todos los géneros).

Creo que afirmar la inexistencia de literatura fantástica chilena es un juicio equivocado. Por cierto que no podemos establecer comparaciones con la tradición de literatura fantástica que existe en Argentina, donde se encuentran autores de estatura universal: Borges, Cortázar, Bioy Casares. Los argentinos tienen una sólida, envidiable, presencia en el género fantástico, además de un público lector muy desarrollado y de editoriales sensibles. Todas estas condiciones sólo pueden acrecentar nuestra ambición, ¡y cómo no!

Eppur si muove. Y sin embargo, este género se ha movido y se mueve en Chile. Hay obras y autores interesantes. Esto podrá apreciarse, por ejemplo, en el acucioso trabajo de Omar Vega acerca del ámbito de la ciencia ficción criolla, que encontrarán publicado próximamente en la nueva sección de www.letrasdechile.cl Nombres de escritores chilenos asociados a la ciencia ficción son –entre otros- Hugo Correa (autor de la célebre novela “Los Altísimos”, 1959), Elena Aldunate (recientemente fallecida, autora del volumen de cuentos “El señor de las mariposas” de 1967) y Antonio Montero (“Los Superhomos”, 1963). Antes de los sesenta pueden encontrarse aportes como los de Juan Marín, Ernesto Silva Román, Alberto Edwards (que cultivó también el género policial en carácter de precursor), Pedro Sienna, Augusto D´Halmar y Manuel Astica Fuentes.

En cuanto a la fantasía pura o al terror propiamente tal, o, emergen también nombres relevantes, entre los cuales destaco a Héctor Pinochet, autor de notables cuentos que debieron merecer más atención de la crítica y el público en su momento (“La Casa de Abadatti” y “El Hipódromo de Alicante”). También se registran incursiones de Salvador Reyes, Enrique Araya, Armando Menedín, Miguel Arteche, Luis Alberto Heiremans, Jaime Valdivieso, Ariel Dorfman y Poli Délano, por mencionar algunos.

Temas como el mito de la Ciudad de los Césares (el mundo perdido e ideal donde reinan la armonía y la riqueza, o sea, la utopía) fueron abordados por diversos autores, entre ellos Manuel Rojas y Luis Enrique Délano (en la década de los 30).

En la llamada Generación del 80, a la cual pertenezco, existen algunos exponentes que exploran el ámbito de lo fantástico con mayor asiduidad (expresada en libros publicados). Este es el caso de Claudio Jaque, autor de la colección de cuentos “Puerta de escape” (1991), Darío Oses con su novela “2010: Chile en llamas” (1998), y el autor de estas líneas con la novela “Flores para un cyborg” (1997). Otros autores de la Generación del 80 han incursionado ocasionalmente en el género; es el caso de Jaime Collyer, Pía Barros, Ramón Díaz Eterovic, Ana María del Río, Jorge Calvo. Y se agregan algunos escritores de las nuevas promociones, que esperamos sean algo más que excepciones, como Max Valdés, que aborda el mundo gótico.
Tal vez nuestra mentalidad isleña, apegada a lo material, ha obstruido el ingreso de lo fantástico en el terreno literario, y esto haya impedido un caudal más potente. Quizás la realidad haya sido tan compleja, imperiosa y agresiva, que nos ha anclado a tierra, con su exigencia coyuntural. Explicaciones posibles, no obstante se constata la existencia de una producción interesante, oculta a primera vista.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sumemos a Juan Emar a esta lista, y quedamos completamente satisfechos :)

Saludos,

Gabriel

 
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