30 agosto, 2009

Fábula


Unas decenas de años atrás vuestra ciudad no era más que una miserable aldea de chozas cenicientas, de hombres y mujeres escuálidos y desamparados.
Cierto día el Buen Abdul descubrió que bajo el suelo de la aldea se ocultaba un inagotable filón de oro y una portentosa cantidad de piedras preciosas, y avisó de ello a todo el mundo dando gracias a Alá por tal hallazgo y haciendo constantes genuflexiones a su efigie imaginaria.
Diez días de fiesta sucedieron al formidable descubrimiento del Buen Abdul; todos bendecían a Alá que les había traído tanta dicha: el fin de la miseria y el hambre en la aldea.
En medio de tanta alegría, nadie se fijó en la llegada de un hombre pequeño de piel oscura y ojos vivaces que observaba pacientemente los festejos.
Cuando todo volvió a la normalidad y los aldeanos comenzaron a discutir la forma más justa de distribuir tanta riqueza, apareció el hombre pequeño denominándose "Elegido de Alá" en medio del estupor del pueblo que esperaba la llegada de un profeta anunciada por una antigua leyenda. De modo que el "Elegido de Alá" fue aclamado como profeta por los aldeanos, y se le rindieron homenajes y se le hicieron ricas ofrendas de acuerdo con su elevada dignidad. Gran cantidad de riquezas le fueron entregadas para la construcción de un templo consagrado a la eterna adoración de Alá Baal y sus emisarios terrestres.
Así fue pues que la aldea creció y se convirtió en una maravillosa ciudad con torrecillas y almenas, hermosos templos y prósperos mercados donde se ha desahogado la avaricia y la envidia de los fieles, para finalmente llegar a ser el poderoso y rico Sultanato que es hoy día.
Quiero poner en vuestro reconocimiento, que el bienamado Sultán no es otro que el hombrecillo de ojos vivaces que llegó con las manos vacías tiempo atrás, y que el Buen Abdul, cegado con fierros candentes por la cruel Guardia del Sultanato, es el ciego miserable que junto a otros cientos de mendigos imploran limosnas a los extranjeros, ya que los habitantes de la ciudad tienen prohibición estricta de otorgárselas.

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