Parecía un auténtico camión enchulado con cien adornos: piercings y argollas por doquier, aros múltiples, pendientes, puntudas muñequeras de metal, labios y ojos pintados de negro, cejas delineadas y cutis albo. La tenida de cuero alabastro era monumental: podía cobijar a un circo completo y su público. Caminaba con una curiosa volatilidad, como si el peso monstruoso la alivianara en vez de apegarla más a la madre tierra.
Se cruzó con un punk de cabellera multicolor con doble cresta. El tipo la miró divertido, como se observa a un fenómeno de feria, y soltó una risita demoníaca. Esto exasperó a la gótica mórbida, y sin más le propinó una feroz cachetada que lo hizo volar. En el aterrizaje, su arquitectónico montaje capilar se resquebrajó. Quedó allí tirado, inconsciente. La gorda escupió sobre él y continuó su camino balanceándose cual paquidermo.
Ahora se encontró conmigo. Me examinó con cara de “y tú vas a reírte también”. Le sonreí amistosamente y me invitó a una cerveza. Yo pedí una garza. Ella un schop negro de un litro; para empezar, aclaró. Le consulté por qué adhería a la tribu de los góticos. “Quise parecer grotesca en esta sociedad hipócrita”. Iba a preguntarle si su engordamiento fue previo o posterior a esta decisión; me sentí en peligro. Quizás no fue suficiente con ser gótica y se puso a comer con desenfreno. O era mórbida desde siempre y no se consideraba caricaturesca. Opté por la primera opción, sin evidencias. Gótica mórbida. Era más distinguida esta alternativa. Me daba igual, con ella me sentía muy seguro.
Se cruzó con un punk de cabellera multicolor con doble cresta. El tipo la miró divertido, como se observa a un fenómeno de feria, y soltó una risita demoníaca. Esto exasperó a la gótica mórbida, y sin más le propinó una feroz cachetada que lo hizo volar. En el aterrizaje, su arquitectónico montaje capilar se resquebrajó. Quedó allí tirado, inconsciente. La gorda escupió sobre él y continuó su camino balanceándose cual paquidermo.
Ahora se encontró conmigo. Me examinó con cara de “y tú vas a reírte también”. Le sonreí amistosamente y me invitó a una cerveza. Yo pedí una garza. Ella un schop negro de un litro; para empezar, aclaró. Le consulté por qué adhería a la tribu de los góticos. “Quise parecer grotesca en esta sociedad hipócrita”. Iba a preguntarle si su engordamiento fue previo o posterior a esta decisión; me sentí en peligro. Quizás no fue suficiente con ser gótica y se puso a comer con desenfreno. O era mórbida desde siempre y no se consideraba caricaturesca. Opté por la primera opción, sin evidencias. Gótica mórbida. Era más distinguida esta alternativa. Me daba igual, con ella me sentía muy seguro.
1 comentario:
Que notable ejemplar de un bicho extraño, buen texto, te seguire leyendo, besos*
Publicar un comentario