16 octubre, 2011

El escribano de los imbéciles 2

Escuchó sin devoción, no obstante atento, las idiotas ideas de sus amos. Un auténtico océano de confusiones, incertidumbres, temores, desconocimiento, discordancias y francas estupideces. Deslizó resignado, pacientemente, la pluma de ganso sobre el papel para registrar aquella sarta de fruslerías.

En soledad reflexionó acerca de la forma de presentar el soso material. Surgió una manera de clasificar las idioteces y consideró que no valía la pena intentar otra: al fin y al cabo el conjunto no pasaba de ser una magistral sandez. Aplicó la taxonomía a las babosadas y construyó un elegante pergamino, muy ordenado y pleno de ornamentaciones.

Cuando presentó el documento a sus imbéciles amos, el escribano fue aclamado. Imposible mejor síntesis, exclamaron los tontos, exultantes. Él agradeció en silencio y reprimió la brutal carcajada que estallaba en su alma. Sólo la dejó escapar al salir del santuario de los zopencos.

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