26 octubre, 2011

País de opereta

No quiero herir las susceptibilidades de posibles admiradores del género al que hago referencia con el título de esta reflexión, así que defino opereta antes de empezar. La opereta es un tipo de obra musical muy animada derivada de la ópera, que pone énfasis en lo satírico, cuya característica fundamental es contar con una trama inverosímil y disparatada.

Apenas puedo creer lo que veo y oigo. Esto me pasa cada día. El inventario de situaciones parece infinito, grotesco, como si estuviera destinado a saturar la capacidad de asombro. Me declaro perplejo ante la realidad que se nos ofrece.

Trato de no ver los noticieros televisivos desde hace mucho tiempo, pero no siempre puedo evitarlo. No es posible aislarse del todo, por eso me informo a través de la prensa escrita, a sabiendas de que debo interpretar lo que leo (no es un misterio que los medios están controlados por pocas manos de un solo signo). Lo escrito –no solo en materia de noticias- tiene la ventaja de que uno puede saltarse páginas. En la televisión uno debe soportar mansamente aquello que esta le ofrece. Y ya no tengo paciencia.

Veo como Chile se va incendiando día tras día por causa de la inconcebible y suprema insensibilidad de nuestros gobernantes y una ausencia de efectividad tan flagrante que colisiona de manera violenta contra las expectativas generadas por la” nueva forma de gobernar”.

Hoy vi –por desgracia- noticias en televisión en la mañana. Lo que me prodigó la máquina visual fue un espectáculo recurrente, donde cambian las víctimas, no así los victimarios. Fuerzas Especiales repartiendo garrotazos a diestra y siniestra, arrastrando detenidos a sus furgones con violencia excesiva, gritos, insultos, alaridos.

Esta vez se trataba de conductores de taxis colectivos, ayer de conductores de buses, anteayer los estudiantes que han sido los receptores –desde hace muchos meses- de la violencia represiva que el Estado ha escogido como respuesta fundamental y sistemática a las demandas de las personas.

Me siento como si me hubiera sumergido en una pesadilla digna de Orwell o Kafka, y veo con horror como nos dirigimos hacia crisis mayores, arrastrados por la irresponsabilidad del gobierno, que está obcecado en no ceder ante nada ni nadie. La soberbia impera entre los ministros, que a la primera de cambios –cuando rápidamente se ven incapaces de controlar alguna situación- ofrecen aplicar “leyes de seguridad interior”, que resuenan –al menos a mis oídos impregnados de historia- con los siniestros ecos de la dictadura militar.

Puedo concordar en que los métodos de lucha empleados por quienes luchan por sus legítimas demandas hayan excedido -en algunas oportunidades- la lógica del respeto y la convivencia democrática. No obstante la situación debe ser juzgada como un todo y en un contexto. Ese contexto es la indiferencia, la dilación y la represión, las artes principales que el gobierno ha desplegado en el conflicto por la educación. Y en toda clase de conflictos.

¿Si lo único que recibes como respuesta oficial a tus demandas son postergaciones, amenazas, golpes, chorros de gas o agua infecta a presión, qué es lo que puede esperarse?

¿Si la policía es solo eficaz para detener a los estudiantes que marchan y se expresan en forma pacífica y no para actuar contra los famosos encapuchados, no será que no quiere detener a los violentistas? ¿O qué clase de policía tenemos que no resulta eficaz para cumplir su rol ante hechos delictuales?

Muchas más preguntas como esta pueden hacerse. Recientemente se ha hecho pública una declaración conjunta de la Corporación Letras de Chile y la Sociedad de Escritores de Chile, donde se critica e impugna el Concurso de Proyectos del Fondo del Libro debido a aberraciones evidentes en sus bases.

Por ejemplo, para muestra un par de botones, se exige que los postulantes a Becas de Creación (cuyo objeto es apoyar a los escritores para que ejerzan un oficio que en Chile es muy difícil y desprotegido) traigan por escrito un compromiso editorial de publicar la obra que aún no ha sido escrita. Esto es una vergüenza intolerable, que revela incomprensión y desprecio por oficio de los escritores. No es posible otra actitud –pienso- que rebelarse ante tamaña idiotez, si es que no malintencionada acción de barbarie.

De otra parte, se exige en los concursos de fomento a la lectura, un aporte obligatorio de al menos 15% de los fondos a las propias organizaciones o a donantes (se entiende empresas). ¿Qué puede hacer ante esto una corporación sin fines de lucro, por esencia paupérrima y altruista? Se me responderá: ir a las empresas a pedir apoyo. Es decir, son las empresas las que van a decidir qué proyectos son elegibles y cuáles no… Todo eso debe ocurrir en unas pocas semanas de plazo. Y en un país donde la literatura –esta es la triste verdad- importa muy poco.

Eso es lo que lo demuestran las bases del concurso del Fondo del Libro: la literatura importa muy poco. La gente lee poco, los empresarios y los ejecutivos leen poco, los gobernantes leen poco (basta escucharlos para saberlo). Estas palabras de un escritor importarán poco a las autoridades, estoy cierto. ¿Por qué van a importarle más que las de miles y miles de estudiantes que piden –enérgica e infructuosamente- una educación gratuita y de calidad?

Pero estas palabras, y las de muchos otros miles, millones de chilenos en algún momento se harán escuchan más allá de la soberbia, la insensibilidad y el ejercicio de la violencia. Eso pasó antes y volverá a ocurrir si se hace necesario. A veces tengo la sensación de un flash back: veo a los antiguos dirigentes estudiantiles designados por la dictadura embutidos en trajes de ministros. Lobos fascistoides llenos de garras y colmillos que se aprestan a mostrar su verdadera naturaleza.

Ojalá me equivoque y quienes detentan el poder político recapaciten y cambien. Si no ocurre así, el país se precipitará en una compleja crisis mucho mayor que la actual. Y eso, claramente, no es bueno para Chile. Mientras ese cambio no suceda, cada día avanzaremos en nuestra calidad de país de opereta. Trataré de no ver noticias en televisión estos días.

Diego Muñoz Valenzuela

escritor

3 comentarios:

Alejandra Basualto dijo...

Estoy absolutamente de acuerdo con estas palabras y me sumo a ellas.

Eduardo Valenzuela A. dijo...

Estimado Diego:

Para ellos (los de antes y los de ahora)no somos una opereta.Somos los que desordenan su estrategia de orden y prosperidad fundadas en las inefables leyes del mercado y del consumo.Somos los que se han distraído de su rol de consumidores para intentar ser actores de cambio.Leer es peligroso.El "OJO QUE TODO LO VE" concebido por Bradbury también ha estado entre nosotros.Y hemos sentido como incineraban nuestras ilusiones de un mundo mejor y más justo con el fuego del miedo y la represión.
Hemos sobrevivido.Heridos seguramente.Pero con la suficiente vida en nosotros como para hacer presentes en medio de nuestro país hoy palabras y gestos de esperanza en una sociedad más justa y fraterna.

Eduardo Valenzuela A. dijo...

Estimado Diego:

Para ellos (los de antes y los de ahora)no somos una opereta.Somos los que desordenan su estrategia de orden y prosperidad fundadas en las inefables leyes del mercado y del consumo.Somos los que se han distraído de su rol de consumidores para intentar ser actores de cambio.Leer es peligroso.El "OJO QUE TODO LO VE" concebido por Bradbury también ha estado entre nosotros.Y hemos sentido como incineraban nuestras ilusiones de un mundo mejor y más justo con el fuego del miedo y la represión.
Hemos sobrevivido.Heridos seguramente.Pero con la suficiente vida en nosotros como para hacer presentes en medio de nuestro país hoy palabras y gestos de esperanza en una sociedad más justa y fraterna.

 
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