Comió un trozo de torta y al terminar sintió más apetito que al comienzo. Tragó el pastel completo a dentelladas feroces y se sintió cada vez más hambrienta. Presa de un frenesí incontrolable, devoró cuanto halló en el refrigerador: matas de apio, huevos, queso fresco, una hogaza, berenjenas crudas, yogurt, jugo de naranja, hasta un saco plástico repleto de mayonesa que bebió como si fuera el agua de la vida y una botella de champagne que aguardaba la ocasión propicia.
La encontraron inflada como un sapo, exánime, famélica, debilitada al punto de la parálisis. Pidió algo para comer, pero no entendieron lo que decía. Murió atravesada por la voracidad, soñando con una saciedad imposible.
1 comentario:
Muy buen texto!
Me encanta leerte.
Un abrazo.
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