Aquel hombre era afortunado, pero brutal. La suerte le regalaba todo lo que necesitaba y mucho más. Llegó a creer que merecía todo aquello sin entender que era un don temporal. Despreciaba a todos por igual; esa era la única equidad que practicaba. No tenía amigos ni amigas porque le parecía una manifestación de fragilidad.
Un día halló el Aleph en una escalera. Miró aquel punto extraordinario que contenía todo el universo y le propinó un feroz martillazo. Entonces todo se fue a negro. El mundo desapareció.
Pero esa fue la vez anterior. Vino el big bang y el universo se echó a rodar de nuevo.
Ten cuidado si encuentras el Aleph por ahí, porque es muy delicado. No vaya a ser que se le agote la batería.
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