Sobre las palmas de las manos le
crecieron orejas, en los antebrazos sendas narices ansiosas de olfatearlo todo,
sobre el cuello un collar de ojos ferozmente vigilantes. Sus piernas fueron
sustituidas por brazos adicionales, de cuyos codos emergían larguísimos dedos
dirigidos por el cerebro que reemplazó su estómago. Cuando nadie pudo
reconocerlo, perdida la facultad del habla, acabó en un museo, convertido en
objeto de toda clase de peregrinas teorías.
26 mayo, 2012
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