20 mayo, 2012

Transformaciones 3



Despierto convertido en un enorme escarabajo con la nítida sensación de haber vivido esta situación. Como puedo, con mis patas delanteras provistas de tenazas, me pongo la camisa blanca y una corbata de nudo hecho (no habría podido formarlo con mis nuevas extremidades). El pantalón me queda ridículo: las últimas dos patas son cortas y tengo que arremangar las piernas. Las patas del centro quedan ocultas debajo de la chaqueta.
Con mi trompa succiono una caja de leche. Sabe bien, me sorprende. Difícil tarea caminar erguido hacia el automóvil. Conducirlo es un auténtico desafío. Acomodo el asiento y el volante a mi condición de artrópodo. Salgo con lentitud y tomo la autopista. Algunas personas me miran  con curiosidad: Pensarán que se trata de una campaña publicitaria. Un tipo enfurece, baja el vidrio de la ventana para insultarme. Echa el auto encima y me impacta. Mis patas son ineficaces y pierdo el control. Choco contra la pared del túnel.
“Qué horror”. “Se estrelló a toda velocidad”. Escucho las palabras como si estuviera sumergido: lejanas, lentas y distorsionadas. “Está destrozado”. “Irreconocible”.  Me hundo en una confortable oscuridad. “Se reventó como un insecto”. Vienen la paz y el silencio.

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