
Con mi trompa
succiono una caja de leche. Sabe bien, me sorprende. Difícil tarea caminar
erguido hacia el automóvil. Conducirlo es un auténtico desafío. Acomodo el
asiento y el volante a mi condición de artrópodo. Salgo con lentitud y tomo la
autopista. Algunas personas me miran con
curiosidad: Pensarán que se trata de una campaña publicitaria. Un tipo
enfurece, baja el vidrio de la ventana para insultarme. Echa el auto encima y
me impacta. Mis patas son ineficaces y pierdo el control. Choco contra la pared
del túnel.
“Qué horror”.
“Se estrelló a toda velocidad”. Escucho las palabras como si estuviera
sumergido: lejanas, lentas y distorsionadas. “Está destrozado”.
“Irreconocible”. Me hundo en una
confortable oscuridad. “Se reventó como un insecto”. Vienen la paz y el
silencio.
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