06 febrero, 2014

El tanatólogo asesino 3

El día menos pensado, tal vez aburrido de su condición de asesino en serie, el tanatólogo asesino derivó hacia la necrofilia. En consecuencia, sus crímenes se orientaron a mujeres hermosas y distinguidas, aquellas que jamás habría podido convencer en vida para entregarse a él como objeto de lujuria y placer. Condesas, senadoras, millonarias, gerentes, artistas famosas fueron integrándose a su lista.
Una vez muertas, desnudas y expuestas sobre la mesa de autopsias a la acción de sus instintos más bajos, el tanatólogo asesino se consagraba a la diversión de poseerlas en las formas más variadas, desde las más triviales a otras refinadas y alambicadas, así como también grotescas, enfermas y repugnantes (por respeto al lector, no describiremos las oscuras prácticas que llevaba a cabo con partes de los cadáveres que disecaba).

De cada víctima conservaba algún trofeo de significancia erótica: un pezón, el clítoris, un trozo de vulva, lengua o labios. Los rotulaba cuidadosamente. Fue constituyendo un museo en cuya visita se esmeraba cuando no le era posible alimentar su malsana pasión con una nueva adquisición. Así acontecen los hechos en nuestro mundo imperfecto. Ya veo, no debí contárselo. No se decepcione, se lo ruego.

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