Tiene la cabeza perfectamente
hueca, como si en el sitio donde debiera reposar un cerebro estuviera el
espacio vacío apropiado para instalar
una piscina. Ahora, espacio hay; el problema es que lo repleta con datos
inútiles, referencias burocráticas, cuentas por cobrar y extravagantes
documentos por el estilo. Sonríe con el aplomo de los rematados imbéciles, como
se podría haber sospechado. ¿Ha encontrado alguna vez a un idiota que no se
considere un genio? Seguro que no.
Lo contraté para utilizarlo como
cesto de papeles, pero quiso escribir una novela. El resultado de su escritura
fue, como era de esperar considerando como se nutría, fue una gran bolsa de
basura. Me apoyé en la causal de imbecilidad excesiva para despedirlo. No se le
ocurrió nada que decir mientras lo notificaba. Idiota rematado hasta el final.
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