Le juró de rodillas que la amaba,
que haría cualquier cosa por ella. La muy hipócrita derramó abundantes
lágrimas, simulando que vacilaba, aunque su único móvil era hacerse de sus
bienes. Él por su parte, sabedor de la gran fortuna que su supuesta amada había
acumulado con su larga cadena de maridos, insistió hasta convencerla.
Cada día se juraron amor eterno
mutuamente, aunque fuera una mentira flagrante, animada por su avaricia
inclemente. Sin embargo, en algún momento la mentira se impuso para convertirse
en verdad absoluta. Locura galopante, convicción resultante del ejercicio de la
repetición cotidiana, maldición de una bruja bromista; lo mismo da la causa. Se
amaron y fueron felices para siempre.
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