Como vivían en una sociedad muy
avanzada, el crimen prácticamente había desaparecido. El tanatólogo, en
consecuencia, vio declinar su trabajo; su prestigio decayó a un nivel
ignominioso.
Así las cosas, el tanatólogo se
vio obligado a cometer asesinatos periódicamente para restaurar su honra y
autoestima. Por fortuna, su exitosa experiencia profesional realizando
autopsias lo había puesto en contacto con una amplia variedad de métodos para
prodigar la muerte.
De otra parte, su labor se
simplificó, ya que no requería investigar la causa del deceso, debido a su
condición de homicida.
Tanta fama acumuló, que le
ofrecieron trabajo en las naciones más poderosas. Sabedor de sus propias
falencias, declinó aceptar ofertas generosas y decidió afincarse en su
posición. Eso fue interpretado como ejemplar acto de modestia. Mucho mejor para
él.
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