Despertó
desprovisto de ganas de vivir. Salió del compartimiento de hibernación y
comprobó que había dormido por 72 horas. Necesitaba salir en busca de alimento:
la máquina lo había reanimado cuando alcanzó el límite máximo señalado para
nutrirse. Se enfundó la mascarilla y le cargó una gragea de oxígeno sólido.
Comprobó que le quedaban solo cinco; tendría que conseguir más para seguir
viviendo. Salió al mundo exterior. Como siempre estaba gris y desolado. Entre
sus sombras vagaban criaturas tanto o más peligrosas que él. De pronto vio al
perro; estaba flaco, pero poseía suficiente carne para justificar una
hibernación de una semana. Le silbó, el animal se acercó, desconfiado, tal vez
con sus propios planes. Cuando estuvo cerca gruñó y le mostró los dientes.
Saltó justo sobre el cuchillo que enarboló en el momento preciso. La hoja se
hundió hasta la empuñadura. Se entretuvo en descuerarlo. Dejó la piel colgando
sobre un arbusto que en unos segundos se plagó de insectos hambrientos. Regresó
con la carne al refugio. La asó y se la comió de una sentada. Quizás la próxima
vez él sería la cena de otro. Pero ahora estaba ahíto. Sintió como el sopor se
iba apoderando de su cuerpo y su voluntad. Caminó hacia el compartimiento.
Dormiría hasta que llegara la nueva jornada.
03 marzo, 2014
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