Desde que su madre lo trajo al mundo, no tuvo
conciencia de su condición de huevo. Sin importarle su fragilidad, escapó del
nido dando tumbos, con serio riesgo para su integridad. En vano sus
progenitores trataron de convencerlo para regresar a la calidez del hogar: él
persistió en sus vagabundeos. Nunca maduró.
La última vez que fue visto, intentaba trinar
mientras se equilibraba precariamente sobre un alambre telefónico.
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