Publicada en
1990 y reeditada en 1999, Todo
el amor en sus ojos es una novela sobre el
movimiento estudiantil chileno. No sobre el que irrumpió en las calles en 2011,
sino sobre el que bulle al interior de las universidades y los liceos a fines
de los sesenta, y continúa clandestinamente durante los años más crudos de la
dictadura militar.
En los capítulos relativos al
colegio, el narrador y protagonista —Valenzuela o Gorila— y sus compañeros de curso,
además de organizarse políticamente, apodan a todo el que tenga la desventura
de cruzarse en su camino. Pero la incontinencia rebautizadora del grupo es algo
más que una muestra de la soez y productiva creatividad juvenil: es la necesidad
imperiosa de que las palabras describan
al género humano sin recurrir a la arbitrariedad del nombre propio.
Los lexicógrafos repletan
entusiasmados las asambleas estudiantiles: quieren llevar a cabo una
convención, reformular el reglamento y reemplazar a la directiva completa del
Centro de Alumnos. Se organizan para derrocar al inspector del colegio —el Chancho Arriarán, Puercote, Arrollado
Furibundo, Chanchín del Monte, Pernil Rudo, Inspector Arraño, etc.— y, pronto, empiezan a dejar atrás las salas de
clases, ansiosos por reinventar otras reglas y sacar de circulación a
autoridades más importantes.
Años más tarde, en dictadura, Valenzuela —que ahora
se llama a sí mismo Ulises, Ruy Díaz de Vivar o Rubén— y un grupo de estudiantes universitarios
estarán obligados a cambiar de nombre. O al menos lo estarán si deciden sobrevivir
y defender a la comunidad que salió a la calle para celebrar el triunfo
electoral de Allende. Pero, nuevamente, el tráfico de designaciones (chapas)
esconde algo más. La pandilla liceana se ha disuelto, pero su precepto sigue
intacto: cambiarse el nombre es una forma de disolver y compartir la identidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario