El caballo galopa con energía,
salta y se difumina igual que su jinete. Fragmentos desaparecen, otros se
diluyen, y algunos se mantienen sólidos, palpables. Se mezclan con el viento y
vuelan felices como una carcajada.
En mi sueño no ocurre así: ni el
caballo es tan hermoso, ni el jinete tan diestro, ni hay ráfagas de aire
fresco, ni la velocidad es asombrosa. Todo es sólido, visible, constatable,
moroso e imperfecto.
Tal vez mis sueños son demasiado vívidos
y la realidad se escapa por los bordes.
Eso entiendo.
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