Había bebido en exceso aquella
noche, al igual que todas las precedentes. Cuando levanté la cabeza tras echar
un sueñecito, el esqueleto todavía estaba allí, justo en frente de mí,
echándose un tequila tras otro. Fumaba con la misma intensidad y el humo
escapaba por el hueco de sus órbitas y por sobre la mandíbula.
Entonces concluí que había
comenzado con el delirium tremens. Ya era hora. Tendría que habitar en un mundo
lleno de espantajos como aquél. Mucho mejor que mi antiguo entorno. Había
conseguido mi objetivo. Suspiré con alivio. El esqueleto me sirvió una ración
de tequila, del que más me gusta.
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