16 junio, 2016

Amores inexplicables

Ella era una giganta bella, desnuda, de pechos inconmensurables y maravillosos que eran de su porte; podía recostarse entre ellos y retozar como gato regalón, deslizar su lengua áspera sobre los enormes pezones oscuros, abandonarse al placer del sueño. Él era pequeñísimo si se lo comparaba con ella: raquítico, ínfimo, frágil, desnudo también y tembloroso. Vaya pareja, cuando ella se lo ponía como oso de peluche entre los senos soberbios para abandonarse a un dormir plácido, reconfortante, rebosante de paz e inundado de esperanzas. Difícil adivinar quién resultaba ganador en esta contienda cotidiana: acaso la magnitud ciclópea de la belleza o el minimalismo del galán, o la simpleza del amor que fluía entre ellos por encima de las abismales diferencias.

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