Muy atribulado por las actitudes
de gentes que consideraba amigas leales, me pregunto cuánto podré descender aún
en la escala de la decadencia. Entonces se me aparece Einstein al frente,
apoltronado en el sillón.
-¿Qué tal? -pregunta incisivo, o
al menos eso me parece.
-Mal -respondo con laconismo.
-Haces mal en desanimarte tanto.
-No puedo controlarlo. ¿Puedo
llamarte Albert?
-Alberto mejor. Beto, si quieres.
-Bien, Beto. ¿En qué puedo
servirte? Entiendo que estás muerto hace rato. No sé qué haces aquí.
-Trato de ayudar, ese es mi
propósito. Tal vez pueda, tal vez no. Pero cuéntame, confía en mí. Ya no tengo
amigos. Tampoco estoy seguro de haberlos tenido alguna vez.
-De eso se trata… de amistades,
lealtades, traiciones, intereses.
-La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino
por las que se sientan a ver lo que pasa. Es una cita de mí mismo.
-¿Qué quieres decir?
-Eso tienes que descubrirlo por
ti mismo. Sin embargo, e solo una cita; es posible que no tenga ningún
significado concreto. Pero aplicada…
-Eres un cabronazo -replico con
algo de resentimiento-, me haces sentir idiota.
-Eso no le hace mal a nadie -se
desordena aún más los blancos cabellos-. Estás de pésimo ánimo, creo que me
iré.
-¿Nada más que decir? -ironizo.
-Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la
energía atómica: la voluntad.
-¿Otra auto referencia?
-Sí -repone y desaparece.
Me siento un poco mejor. No sé
por qué.
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