Desde el balcón de su casa el
hombre solitario mira los barcos del puerto, cargados incansablemente por las
grúas, entrando y saliendo de los espigones, repletos de contenedores con rumbo
a países remotos, misteriosos, donde los esperan otros puertos, otras grúas,
para prolongar la misma rutina. Nunca el hombre ha visto a personas en esos barcos,
ni en el puerto, ni en las grúas, y tiene la impresión que se manejan solos, y
que en el mundo no queda nadie más que él, y que todo funciona porque sí, o
para que él lo vea, o quizás con qué propósito inextricable.
27 febrero, 2017
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario