14 mayo, 2010
Fantasmas grotescos
Estaban cortadas un poco más arriba de la rodilla, erguidas y a la distancia que correspondería a una persona completa. Terminaban en un par de finos zapatos negros precedidos de unos calcetines del mismo color. Eran unas piernas lampiñas y blancas, más bien delgadas respecto de las rodillas abultadas. Se habían instalado en la mitad del pasillo que conducía a mi departamento. Era prácticamente imposible sortearlas, pero después de meditar un rato, avancé con decisión apegándome a la muralla. Entonces las piernas saltaron hacia el lado para impedirme el paso. Vi con espanto que terminaban en un corte sanguinolento donde podían apreciarse hueso, venas, arterias, tendones, todo. Se me erizó la piel de la espalda y retrocedí. Era una situación escalofriante. Por suerte las piernas no me persiguieron; eso habría sido horroroso. Tembloroso y fuera de control me quedé contemplando la escena sin saber qué partido tomar. Las piernas regresaron a su posición céntrica y se quedaron allí, inmóviles, esperando. Cuando recuperé el aliento hice amago de avanzar nuevamente, pero ellas iniciaron el despliegue esperable. Pasaron las horas, lentas y tensas. Nadie llegó ni salió del piso aquella noche. Por fin, rendido, me senté en el piso. Me quedé dormido sin darme cuenta. Desperté sobresaltado, de un salto me incorporé dispuesto a enfrentar una batalla final. El pasillo estaba vacío. Entré a mi departamento. Nadie iba a creerme. Escribí esta historia de todas maneras. Me pregunto dónde andarán esas piernas ahora mismo. Quizás te esperen cerca de la puerta.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Me gustó Diego. Y la interpelación final al lector, también.
Un saludo.
ha genial!!
Publicar un comentario