La vi en el tren subterráneo.
Llamaba la atención por el pelo teñido tan mal de rubio y la falta cortísima
para enseñar unos muslos granulosos y ásperos. Sus pies terminaban en unos
zapatos de taco muy alto, abiertos en la punta por donde trataban de escaparse
unos dedos largos y flacos, de uñas carmín. Fue un trayecto largo. Nunca dejó
de hablar por su teléfono portátil, un auténtico prodigio tecnológico. Llamó a una amiga para que la
fuera a ver a la casa. A la mamá para saber en qué iba la teleserie. A un
pretendiente para regañarlo por su silencio. A otra amiga para ir al cine. A un
compañero de trabajo para preguntarle qué estaba haciendo. A un tipo para
convenir a una cita. Hablaba en voz alta, como para que uno la escuchara.
Tampoco economizaba palabras. ¿Podría estar el silencio? Eso me pregunté.
¿Quedarse con ella misma? ¿Hablarse? Se bajó hablando, ya no pude saber con
quién. Cojeaba un poco el pie derecho. Quizás le dolían esos dedos
sobresalientes.
24 marzo, 2013
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1 comentario:
mmm, un relato muy revelador.
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