Los insectos se instalaron en la terraza de
su departamento sin tener en cuenta la voluntad de su dueño. Eran feos, alados,
armados con aguijones ponzoñosos y mandíbulas vigorosas. Su presencia lo
horrorizó y debió armarse de valor para enfrentarlos. Antes debía elaborar un
plan: procedió en consecuencia. Construyó un arma para atraparlos y
electrocutarlos uno por uno, o por grupos pequeños; una especie de raqueta
energizada. Resultó un método eficaz, muy satisfactorio para sus inclinaciones
sádicas. Los fue exterminando en rápidas incursiones, ataques inesperados
propios de la guerrilla, y así erosionó sus fuerzas. Igual los insectos se
defendían con ardor y trataban de atacarlo, sin éxito, para fortuna de él. Los
enemigos fueron menguando, aunque igual en ocasiones lograban traer refuerzos, Por fin
desaparecieron. Entonces el habitante del departamento comenzó a extrañarlos.
Su vida regresó al tedio cotidiano. Cada día vigila la terraza, esperanzado en
su retorno.
16 marzo, 2013
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1 comentario:
Muy bueno, Diego.
Destaco esa torsión final en el fondo de la historia, que nos deja con los verdaderos sentimientos del personaje y logra detallarlo.
Un saludo,
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