La preciosísima
Circe estaba aburrida de la simplicidad de Ulises. Si bien era fogoso, bien
dotado y bello, la convivencia no daba para más. Solía convertirlo en perro
para propinarle patadas, y él sollozaba y le imploraba perdón. Lo transformaba
en caballo para galopar por la isla de Ea, fustigándolo con dureza. Lo
transmutaba en cerdo para humillarlo alimentándolo con desperdicios. Volvía a
darle forma humana para hacer el amor, y volvía a fastidiarse con su charla
insulsa. Por fin lo expulsó del reino, le restituyó su barca y sus tripulantes
y lo dotó con alimentos para un largo viaje. “Vete y no vuelvas”, ordenó con
voz terminante al lloroso viajero, “y
cuenta lo que quieras para quedar bien ante la historia”. Después sopló un hálito
mágico para hinchar la vela de la embarcación.
31 enero, 2015
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