a Gerson Volenski, que me dio la idea
Cumplió con celo los deberes de escribano anotando escrupulosamente cada idiotez que sus amos pronunciaron. Una vida consagrada al deber sublime de registrar sus palabras lo enfrentó finalmente a una pirámide de pergaminos escritos con caligrafía ejemplar, iluminados con las más bellas ilustraciones imaginables. En un arranque de lucidez, concluyó que no pasaba de ser una suma monumental de imbecilidades, y sin dar lugar a trepidaciones de última hora, arrojó un fósforo a la espesa masa de documentos. Un minuto después se precipitó en las llamas con una terrible carcajada.
1 comentario:
¡Oooooooh!Eso me pasa diariamente al realizar mi trabajo burocrático. Precisamente ayer, una amiga y colega me decía que no terminaba de entender qué demonios escribía, yo le dije, si no quieres llorar, sólo escribe y no pienses.
Saludos
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