Perdí mi alma en los burdeles.
Hay quienes han perdido otras pertenencias allí; conozco a un poeta que perdió
su juventud allí. Uno cree que ciertas cosas le pertenecen, pero no es así, y
es doloroso comprobarlo. Ya le ofrecido dos buenos ejemplos, no requiero
argumentar más.
Una noche perdí mi alma. Ni
siquiera recuerdo en qué lenocinio la habré extraviado, porque recorrimos
varios. Se habrá quedado por allí, medrando, oculta en un ropero desvencijado y
maloliente, adicta al voyeurismo.
Quizás dónde andará ahora mi
frágil alma, como una helada voluta de humo, disfrutando la carcajada falsa de
las prostitutas, su temeraria forma de enfrentar al mundo, con la alegría
dibujada en el rostro a fuerza de trazo de maquillaje.
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