Ve que la habitación de su alcoba
está prendida y eso lo intranquiliza, porque vive solo. Cabe la posibilidad de
que haya olvidado apagar la luz. Con cautela abre la doble chapa de la puerta y
pone atención. Solo escucha un ominoso silencio. Sin cerrar la entrada, camina
con lentitud hacia el dormitorio. La luz lo enceguece por un instante. Cuando
logra ver, descubre miles de ojos por todas partes: colgando del techo,
cubriendo la cama, instalados en el velador, las paredes, los cuadros. Blancos,
esféricos, clavándole sus pupilas con calculada fijeza, como si esperaran la
respuesta a una pregunta formulada hace mucho tiempo. Quizás la he olvidado,
murmura. Piensa en escapar, pero no puede moverse. Siente que la puerta se
cierra con llave. Los ojos parpadean intermitentemente, sin dejar de
observarlo. Ha leído esta historia, pero no recuerda el final.
27 julio, 2013
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