Despierto
convertido en un enorme escarabajo, pero no me importa porque he leído a Kafka.
Mi gato tiene un patatús cuando lo llamo en el patio; me muestra los dientes
con ferocidad y se engrifa de cabeza a cola. Salto sobre él y le secciono el
cuello con mis mandíbulas de tenaza. Sorbo su caliente sangre con deleite, como
si fuera un espresso.
Luego viene el
turno de la fámula. Se paralogiza, no logra gritar, y caigo sobre ella para
decapitarla sin resistencia. La ingesta resulta excesiva y me quedo dormido
junto a los restos de su cuerpo pálido.
Despierto con el
timbre. Es el medidor del consumo eléctrico. Presiono el botón del portón
automático. Agradece. Me precipito sobre él por la espalda, le clavo uno de mis
aguijones emponzoñados en la espina dorsal. Queda vivo y inmovilizado. Su
mirada, horror y súplica simultáneos, me conmueve. Lo transporto a la despensa.
Mañana necesitaré un bocadillo.
Oigo el automóvil
de mi esposa entrando al antejardín. Corro por el pasillo y acecho entre los
arbustos. El portón automático se cierra y la puerta del coche se abre. Baja un
horrible alacrán negro, de aspecto sanguinario. Me descubre con sus ojos
crueles y susurra un “hola cariño” que suena a sentencia de muerte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario