21 febrero, 2015

Transformaciones 2

Despierto convertido en un enorme escarabajo, pero no me importa porque he leído a Kafka. Mi gato tiene un patatús cuando lo llamo en el patio; me muestra los dientes con ferocidad y se engrifa de cabeza a cola. Salto sobre él y le secciono el cuello con mis mandíbulas de tenaza. Sorbo su caliente sangre con deleite, como si fuera un espresso.
Luego viene el turno de la fámula. Se paralogiza, no logra gritar, y caigo sobre ella para decapitarla sin resistencia. La ingesta resulta excesiva y me quedo dormido junto a los restos de su cuerpo pálido.
Despierto con el timbre. Es el medidor del consumo eléctrico. Presiono el botón del portón automático. Agradece. Me precipito sobre él por la espalda, le clavo uno de mis aguijones emponzoñados en la espina dorsal. Queda vivo y inmovilizado. Su mirada, horror y súplica simultáneos, me conmueve. Lo transporto a la despensa. Mañana necesitaré un bocadillo.
Oigo el automóvil de mi esposa entrando al antejardín. Corro por el pasillo y acecho entre los arbustos. El portón automático se cierra y la puerta del coche se abre. Baja un horrible alacrán negro, de aspecto sanguinario. Me descubre con sus ojos crueles y susurra un “hola cariño” que suena a sentencia de muerte.


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