07 junio, 2015

Cabeza de chancho en domingo

Fui al mercado a comprar una cabeza de chancho. Cuando ubiqué el expendio apropiado, le pedí al más fornido de los carniceros que me vendiera la cabeza de chancho más grande que tuviera. Abrió una de las puertas y extrajo una realmente enorme. ¿Cómo la quiere?, preguntó. Vacía, hueca, especifiqué, sáquele todo. Me dio una mirada de curiosidad. Hágalo con prolijidad, le pagaré cinco mil pesos extras por su trabajo, aclaré, bien limpia y seca. Por esa suma las hago de cirujano, repuso. Diez minutos después me entregó la cabeza ahuecada envuelta en papel de periódico y bien protegida en bolsas de plástico. Salí de allí y la saqué de sus envoltorios. Bellísima, exclamé. Me la calcé con cuidado y saqué el espejo de mano. Perfecto, di un aullido de felicidad. Me eché a caminar. La gente se apartaba de mi camino, asustada. La expresión del puerco era feroz. El carnicero era un artista: le dejó asomados los enormes colmillos. Me eché correr rumbo al bulevar. Ese fue un gran desbarajuste: las personas huían despavoridas. Nadie me enfrentó, hasta la policía escapó; manga de cobardes. Fue una excelente tarde de domingo, esas que suelen ser aburridas y plácidas. 

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