13 junio, 2015

Encuentro con la Utopía

         
Caminé por muchas horas por aquel bosque milenario, entre lianas y sombras, acompañado a momentos por el canto del chucao, sin cruzarme con nadie. Buscaba, sin encontrarlo, el camino que llevaba a un glaciar. Allí hallé sin querer a la pájara, abatida, bastante desplumada, desprovista de colores, sin ningún indicio que confirmara su esplendor pasado. Tiritaba de frío, delirante, y debí envolverla entre mis brazos para devolverla a la vida. Deslicé en su pico un trago de pisco: el efecto fue mágico, aleteó con vigor y quiso escapar de mis manos como de una jaula. Recobró el aliento y me reconoció como a un viejo amigo. “En qué andas”, preguntó curiosa. Le respondí que buscando el glaciar. “Yo vine a lo mismo, pero no di con él”, repuso con amargura. “No siempre se encuentra lo que uno busca”, sentenció y la pájara me clavo sus ojos cargados de una tristeza infinita. “Mejor te devuelves”, aconsejó, “pronto caerá la noche en este bosque y la gelidez calará los huesos más duros”.  Insistió en quedarse allí, sola. Me pidió la botella de pisco. Se la entregué y la atesoró entre sus plumas revenidas. Algo dijo, pero no entendí. Tampoco quise voltearme. Ya había emprendido el retorno.  

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