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Encuentro con la Utopía
Caminé por muchas horas por aquel bosque
milenario, entre lianas y sombras, acompañado a momentos por el canto del
chucao, sin cruzarme con nadie. Buscaba, sin encontrarlo, el camino que llevaba
a un glaciar. Allí hallé sin querer a la pájara, abatida, bastante desplumada,
desprovista de colores, sin ningún indicio que confirmara su esplendor pasado.
Tiritaba de frío, delirante, y debí envolverla entre mis brazos para devolverla
a la vida. Deslicé en su pico un trago de pisco: el efecto fue mágico, aleteó
con vigor y quiso escapar de mis manos como de una jaula. Recobró el aliento y
me reconoció como a un viejo amigo. “En qué andas”, preguntó curiosa. Le
respondí que buscando el glaciar. “Yo vine a lo mismo, pero no di con él”,
repuso con amargura. “No siempre se encuentra lo que uno busca”, sentenció y la
pájara me clavo sus ojos cargados de una tristeza infinita. “Mejor te
devuelves”, aconsejó, “pronto caerá la noche en este bosque y la gelidez calará
los huesos más duros”. Insistió en
quedarse allí, sola. Me pidió la botella de pisco. Se la entregué y la atesoró
entre sus plumas revenidas. Algo dijo, pero no entendí. Tampoco quise
voltearme. Ya había emprendido el retorno.
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