Quiso
atacarnos el horroroso no muerto, pero lo paré en seco con un formidable golpe
en pleno pecho. Se encogió ante el impacto, como si le doliera. ¿Acaso sienten
dolor los zombis? Estaba fétido ya. Lo tomé de la garganta con repugnancia y
temí que se le fuera a desprender la cabeza. Por suerte aguantó.
-Dinos
cómo es el otro mundo. Qué viste allá –le propiné un par de cachetadas sobre su
verdosa cara con la finalidad de motivarlo.
-Nada,
nada –masculló- ¿Quieren que les narre historias de luces celestiales, ángeles
y babosadas similares? Son unos pelotudos. No hay dios ni cielo, idiotas. Esto
es todo. La única vida posterior a la que pueden aspirar es esta –se golpeó el
pecho con vanidad y volvió a doblarse por el dolor.
-Aquí
el único idiota eres tú –le separé la cabeza del tronco con un contundente
uppercut-, ahora sí que finalizaste. Buenas noches.
Esa
fue su despedida y epitafio.
-No
existe dios, ya lo escucharon –concluí-. Ahora echemos unos tragos, que la vida
es corta.
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