14 agosto, 2015

El zombi ateo

Quiso atacarnos el horroroso no muerto, pero lo paré en seco con un formidable golpe en pleno pecho. Se encogió ante el impacto, como si le doliera. ¿Acaso sienten dolor los zombis? Estaba fétido ya. Lo tomé de la garganta con repugnancia y temí que se le fuera a desprender la cabeza. Por suerte aguantó.
-Dinos cómo es el otro mundo. Qué viste allá –le propiné un par de cachetadas sobre su verdosa cara con la finalidad de motivarlo.
-Nada, nada –masculló- ¿Quieren que les narre historias de luces celestiales, ángeles y babosadas similares? Son unos pelotudos. No hay dios ni cielo, idiotas. Esto es todo. La única vida posterior a la que pueden aspirar es esta –se golpeó el pecho con vanidad y volvió a doblarse por el dolor.
-Aquí el único idiota eres tú –le separé la cabeza del tronco con un contundente uppercut-, ahora sí que finalizaste. Buenas noches.
Esa fue su despedida y epitafio.
-No existe dios, ya lo escucharon –concluí-. Ahora echemos unos tragos, que la vida es corta.



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