Fui al hogar de ancianos y me rechazaron por
joven. Entonces fui al centro de acogida para jóvenes: fui objetado por ser
adulto. Decidí pedir ayuda en el socorro a los pobres de la iglesia; me
expulsaron a patadas por sinvergüenza. Lo mismo ocurrió en la agencia
gubernamental para discapacitados. En las oficinas de refugiados, perseguidos
políticos, expresos, apoyo a emprendedores y cesantes tuve similar destino. El
hospicio, la cárcel y la posta están atiborradas de gente. Supongo que no hay
nada que hacer.
28 mayo, 2015
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