05 mayo, 2015

Las aventuras de Sauriomán 5

-Estoy deprimido –espetó Sauriomán a la primera de cambios, o sea en cuanto me instalé en su mesa-. Te aclaro que no acepto ningún encargo.
Realmente se veía muy mal, aunque cualquiera que bebiera la mitad que él se vería bastante peor. Tal vez uno espera demasiado de los superhéroes.
-Mi vida no tiene sentido –gimió de modo lamentable-, solo pienso en suicidarme.
Posó una de sus garras sobre mi hombro y bebió de un solo trago medio litro de Stolinichnaya. En ese instante decidí sacarlo de allí. No podía emitir que nadie lo viera en ese estado: lo podría en riesgo severo o por lo menos afectaría sus negocios de manera flagrante. Lo subí a duras penas en mi camioneta. Estaba borracho como cuba, con el cuerpo de lana. Habría sido fácil víctima para cualquier asesino de poca monta. Aunque nadie sabe si es posible matar a Sauriomán. Muchos afirman que es imposible hacerle daño, que su pellejo es un blindaje imposible de traspasar para el más duro acero.
Regresé para advertir al dueño que mantuviera el pico cerrado acerca de la conducta del superhéroe. No objeto estas órdenes, más bien me miró con terror.
Volví con mi protegido. Lo llevé a mi casa en las montañas con una buena provisión de whisky, vodka y ron, más una tonelada de porquerías comestibles.
Fue una excelente terapia. No llevé chicas: la intuición me advirtió que de ahí podía provenir la causa de sus devaneos síquicos. Le apunté. Día tras día fue mejorando ostensiblemente. Bebíamos, mirábamos series de televisión en extensas jornadas, blasfemábamos, reíamos y seguíamos bebiendo. Llegó el momento en que él mismo pidió regresar. Estaba rehabilitado. Me lo agradeció. Entonces, mientras regresábamos a la ciudad, le entregué mi encargo. Lo hizo gratis. Pienso que así se abre una nueva etapa para ambos. Muy promisoria.

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