El terremoto comenzó causando
primero desconcierto, luego temor, finalmente pánico. Lo que ignorábamos es que
jamás terminaría. Hubo que acostumbrarse a coexistir con el terremoto:
trabajar, comprar, ducharse, enamorar. Lo que más me costó fue lograr
rasurarme: suelo cortarme con excesiva frecuencia. Lo demás fue simple: hacer
la cola de los bancos, confeccionar cheques, negociar precios, responder al
correo electrónico.
En suma, ya estamos allanados a
esta tembladera infinita.
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