Es una sirena bellísima, pero maligna. Se
echa semidesnuda en la playa para asolear su cola azulina y secar su cabellera
ensortijada y rojiza. Los varones caen redondos, obnubilados por sus pechos
perfectos y generosos. Ella simula que no percibe la presencia de los galanes,
deja que se acerquen y entonces los atrapa para devorarlos. Lo he visto con
estos ojos. Sus manos de doncella se transmutan en garras con uñas filosas como
navajas. La delicada boquita de fémina se convierte en una mandíbula provista
de colmillos letales. Despedaza a los incautos en un dos por tres; les desgarra
el tórax y las piernas con especial fruición, sorbe los ojos como delicatesen,
saborea las orejas como trufas. El sexo lo deja para postre: mastica con vigor,
primero la verga, luego los testículos.
Los restos, en su mayoría cuero y huesos, los arroja a un pozo
insondable. Por fin, regresa a su frágil y atractiva forma de doncella marina.
Es insaciable, cuídense de sus apetitos. Sé
que están grandes, pero alguien tiene que advertirles.
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