Se reconoce que el
quehacer del escritor es profundamente solitario. Requerimos de la soledad para
poder dedicarnos a nuestra razón de existir. Pero la razón esencial de la
literatura se encuentra en la sociedad, es a ella a quien interpelamos, más
allá de nuestras ideas o intenciones. Se vive así en una constante
contradicción entre sociabilidad y aislamiento. Sumergirse para entregarse al
trabajo creativo con la mayor dedicación posible. Emerger, regresar a la vida
social para nutrirse de nuevos elementos que comenzarán un proceso de
fermentación en el subconsciente, generando material para una nueva escritura.
Sin embargo, hay momentos históricos
que afectan esta pulsión, y por cierto de maneras positivas y negativas. Por ejemplo,
en la segunda mitad de los años 60 -como buena parte del mundo- vivimos
intensamente la germinación de grandes cambios sociales, expresados en
movimientos políticos que delineaban una evolución hacia estructuras sociales
más justas y libertarias. Estos cambios fueron alentados por transformaciones
previas que resultaron de las luchas de varias generaciones previas
Este tránsito hacia un mundo mejor
fue interrumpido -en el caso de Chile y varios países latinoamericanos- por
brutales dictaduras criminales. Así como a fines de los 60 y comienzos de los
70 el aislamiento de los escritores fue suspendido y transformado en
colaboración activa con los procesos de transformación social, en dictadura
asumió formas de resistencia. Tal fue el crisol en el que se formó nuestra
generación, mayoritariamente comprometida con la democracia y la lucha por
restituir la libertad.
En el proceso regresivo y en esencia reaccionario que llevó adelante la
Concertación desde 1990, cuando se recupero nuestra débil democracia, se inició
una desmovilización de los actores sociales. Esto afectó por iguales a
escritores, artistas, intelectuales, académicos, profesionales; a toda la gente
vinculada al pensamiento, con excepción de aquellos que cerraban filas como
militantes y asumían cargos en los partidos del nuevo oficialismo o en la
administración del estado.
Así se alentó una diáspora y una etapa proclive al aislamiento, que tuvo
beneficios en los años venideros: la producción de una serie de obras que
abordaron de diversas formas la “era del ogro” así como otras renovadoras en la
forma o el fondo.
Viene un periodo de silencio, de voces individuales, de escasa acogida al
pensamiento críticos en los medios. Mientras tanto el neoliberalismo impuesto
en dictadura se enquista en todos lugares: se apodera de gran parte de las
empresas públicas, se glorifica al dios omnipotente del mercado como mantra
milagroso de la gestión, se entroniza en las universidades y la educación.
Vamos camino de ser los jaguares del continente, asumiendo que la concentración
de grandes capitales producirá al “chorreo” hacia los sectores “vulnerables”,
el eufemismo que permite desterrar el incómodo vocablo “pobreza”. Desaparece la
pobreza del campo lingüístico.
De pronto vino, literalmente, el “estallido”, la rebelión ciudadana
iniciada el 18 de octubre de 2019; rebeldía que siempre estuvo presente, pero
que jamás fue escuchada ni considerada desde el poder. Gran sorpresa para los
gobernantes y la abrumadora mayoría de los partidos políticos. Surge en la
palestra un descontento esencial y vigoroso, la desigualdad extrema emerge a la
superficie junto con el abuso. “Chile despertó” fue una de las frases acuñadas.
De pronto los 30 años de democracia mostraron la parte oculta de su rostro. Y
junto con esta rebelión, lo esperable es que surgieran las voces de los
escritores y los intelectuales comprometidos con esa ciudadanía movilizada,
porque forman parte de ella.
Es un despertar gradual, no explosivo (cuando debiera serlo) porque
hicieron y hacen lo suyo los años de adormilamiento y falta de protagonismo (en
el sentido de la acción), unidos a la transformación social realizada en 30
años (concentración de la propiedad de los medios de comunicación,
transformación del modelo educacional y las universidades, acuñamiento de la
“industria cultural” para asimilar los procesos creativos a la economía
neoliberal).
Después hemos asistido a un espectáculo donde ningún agente político se ha
hecho cargo nítido de las demandas sociales, erigiendo un liderazgo que ofrezca
soluciones dentro de un cuadro integrado verosímil de transformaciones,
necesariamente graduales y bien priorizadas. Y en las escasas e insuficientes
soluciones planteadas hasta ahora, no se advierten las propuestas de cambio
creativas y contundentes que un cambio efectivo requiere. Se tiende a repetir
las fórmulas pasadas, a moverse dentro de los estrechos márgenes que el sistema
neoliberal permite.
Ahora enfrentamos una doble crisis, pues la pandemia y sus efectos
inmediatos y futuros (los más temibles), se adicionan y potencian con la
constatación de las enormes injusticias y abusos del sistema neoliberal puestos
a la fuerza sobre la mesa desde el 18 de Octubre de 2019. Peor aún, se nos
previene -quizás para infundir miedo y generar control social- de que estamos a
las puertas de una crisis económica tan contundente y fatal como la de 1929, la
Gran Depresión.
En estas circunstancias ¿qué podría parecer más ocioso que las prácticas de
la escritura, el arte o el pensamiento libre? Justamente cuando ni políticos,
ni gobernantes, ni empresarios (hay excepciones tan honrosas como raras) han
mostrado capacidad para ponerse a la altura del liderazgo requerido para
superar esta doble crisis, sanitaria y socioeconómica.
Son tiempos donde se espera una
contribución esclarecida de los líderes formales, pero en cambio recibimos
ausencia de información y un evidente predominio en cuanto a privilegiar la
conveniencia de los negocios (la economía) por sobre el cuidado de las
personas.
En estos momentos debiera ser más que bienvenido el aporte de la inutilidad
del arte y el pensamiento, atendiendo a la posibilidad de que pueda volvernos
mejores personas. Y encontrar soluciones originales, elaboradas fuera de los
paradigmas imperantes en la sociedad en la cual vivimos, de la cual somos
responsables.
En esta difícil etapa es
necesario que se manifiesten e interrelacionen creativamente todos los
conocimientos: científico, artístico, filosófico, económico, etc. Como en otros
periodos complejos de nuestra historia. Intelectuales, científicos, artistas y
profesionales deben salir de su soledad y desempeñar -juntos y en colaboración
estrecha- un papel protagónico, expresando sus pareceres sin cortapisas y
señalando caminos de solución para los graves y enormes problemas que nos
aquejan.
En estos meses recientes, desde
las ciencias, las artes y otras disciplinas, he advertido el inicio de un
caudal valioso, pleno de aportes, que debe multiplicarse, pues puede ser una
fuerza fundamental en el balance entre permanencia y cambio.
Si queremos cambiar de manera
efectiva, debemos delinear hacia dónde, en qué sentido, para lograr cuáles
resultados. Y eso se debe diseñar e implementar con las grandes mayorías, no
con minorías privilegiadas.
Las actividades “inútiles”, como
la necesidad de crear e imaginar, son las que nos pueden conducir a los nuevos
caminos, a salvarnos del inmovilismo y el aislamiento, a soñar y pensar juntos
en un mundo mejor. Me parece imprescindible escapar de la prisión materialista
e individual adonde nos ha arrastrado el actual estado de cosas. No veo otra
manera viable para crear una sociedad donde resurjan como claves el humanismo y
la libertad, donde dignidad y solidaridad sean las divisas fundamentales.
Diego Muñoz
Valenzuela, escritor, presidente de Letras de Chile, ingeniero y miembro del
Tribunal Supremo del Partido por la Dignidad.
2 comentarios:
Excelente articulo, sin dudas y tal vez...se pueda dar un nuevo capitulo en nustra historia humana. El humanismo en su real escencia puede y debe ser impulsado por la unica diria yo, fuerza que son las "Actividades inutiles", acaso no sera este el momento de comenzar a trabajar mas arduamente,los que podemos usar como herramienta la pluma?, y todos aquellos relegados hasta ahora? Le mando un saludo desde uruguay! Andres Kunizawa
HAy que hacer un esfuerzo en esta dirección, Andrés, ojalá que tenga éxito. Pero podemos hacer lo nuestro, un abrazo
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