Esta es una frase
clave para la construcción de la célebre saga Juego de Tronos, “se
acerca el invierno”, para reflejar una terrible amenaza que se cierne sobre la
humanidad para destruirla. Nunca dejan
de sorprenderme las sincronías (esta es una), pero si agregamos el Estallido Social
del 18 octubre de 2019 (y los estallidos en otros países), y ahora la horrenda
pandemia del Coronavirus, que ya ha cobrado sus primeras víctimas en
Chile, tiendo a pensar que no son obra del azar.
¿Cómo llegamos a este punto? ¿Casualidad o causalidad? He ahí el quid de la
cuestión. Cada cual hará sus reflexiones, considerará otras, discutirá,
reprocesará la información. En esta coyuntura tenemos tiempo para hacerlo. La
cuarentena facilita esta tarea, imprescindible para el futuro. Todo lo que ha
ocurrido en los tiempos recientes requiere una digestión intelectual en todos
los órdenes: político, social, económico, sanitario, cultural, literario. Si no
lo hacemos, estaremos perdidos, desprovistos de futuro, de destino.
Mucho antes de que esta pandemia
comenzara a estremecernos con su amenaza cada vez más cercana, fuimos víctimas
de otra peste silenciosa, eficaz y altamente contaminante: el neoliberalismo y
su siempre eficaz aliada, la globalización. Ambos se hicieron presentes en
Chile para llevar adelante un experimento económico, social y político, camuflado
bajo el disfraz de “modernización”, un plan ejecutado a gran escala -sin
posibilidad de oposición ni resistencia- gracias a la mano de hierro de la
dictadura.
Todo esto ocurrió refrendado por una plataforma hecha a medida por Jaime
Guzmán y la Constitución del 80, donde se establecieron las bases del Estado
subsidiario que nos rige, esencia de la situación actual: concentración de la
riqueza y de la propiedad de las empresas, debilitamiento del rol del Estado en
la mayor parte de los ámbitos claves (salud, previsión, vivienda, educación),
instrumentalización de la clase política por parte de los grandes propietarios,
transferencia de sectores productivos claves a los privados, en condiciones
ventajosas para los empresarios adquirentes y desventajosas para la ciudadanía
(dueña por derecho propio de los recursos naturales como agua, minerales,
bosques), irrespeto al medio ambiente. Para qué seguir, la lista es larga y la
conocemos.
En esta dinámica neoliberal hemos vivido ya cuatro décadas, casi tres
generaciones, de manera que los menores de cuarenta años no han conocido otro
sistema alternativo. Así el statu quo se presenta como única alternativa
posible en términos de estructuración de la relación entre las personas. Se
privilegian los intereses de los individuos por sobre los intereses globales,
la sociedad, los “demás”. Cada cual se las arregla por sí mismo en la jungla
neoliberal, habitada por jaguares dispuestos a devorar cada presa que pueda
ponerse al alcance de sus garras, o cercenar las gargantas de los predadores
que compitan en el mismo territorio.
Esta lógica ha imperado cuarenta años y se ha impregnado en nuestra
cultura. Expulsarla no será fácil para aquellos mismos que propugnamos un
cambio social profundo, simbolizado en una nueva Carta Magna, que dará inicio a
una cadena de transformaciones sucesivas que logrará -tras mucho trabajo,
varias décadas y considerables esfuerzos- generar las bases de una nueva
sociedad, donde sea posible que los intereses de las grandes mayorías sean
respetados y podamos crear y aplicar nuevos códigos de comportamiento: respeto,
confianza en los dirigentes, solidaridad.
Para quienes vivimos de manera profunda y comprometida la lucha contra la
dictadura de Pinochet desde 1973 hasta 1990, ¡diecisiete horrorosos años!, a partir
de nuestra experiencia (hay que recordar que significó miles de muertos y
centenares de miles de torturados, exiliados, relegados y perseguidos), resulta
muy claro que para revertir el orden vigente se requerirá tiempo y esfuerzo. Es
decir, el beneficio de la lucha presente y futura solo lo disfrutaremos en
parte, pero nuestros hijos y nietos ciertamente disfrutarán la vida de la forma
en que merece ser vivida.
En los 70 y 80 no luchamos -dispuestos a entregarlo todo- en virtud de
alguna prebenda. Lo hicimos pensando en que la patria merecía otro destino:
plena democracia y libertad y justicia social para todos los chilenos. Este
sueño no se logró. Muchos luchadores antifascistas se dejaron envolver por los
discursos de los líderes que actuaron en connivencia con los poderes fácticos,
asegurando que el desarrollo económico proveería las condiciones para el
progreso social. A otros nos desmovilizaron con la ilusión de que la lucha ya
había terminado, y las dirigencias permitieron este proceso de desorganización
del movimiento social, acaso consciente e interesadamente, acaso por falta de
lucidez o capacidad.
Así se dieron las condiciones para la implementación a gran escala del
modelo neoliberal. Con los años devino en este sistema que nos devora con la
individualidad, el consumo, el poder del dinero, medio para acceder a todos los
bienes, en especial a aquellos que debieran ser públicos y colectivos, como
salud, educación, previsión y vivienda.
La gran ficción se puede graficar así. Me educo gracias al esfuerzo
familiar o personal para ejercer un oficio o profesión, trabajo con dedicación
y entrega máximas para ganar el dinero que me permitirá disponer de acceso a
todos los bienes que pueda. Claro, algunas personas ganarán menos que otras,
pero eso será por falta de aplicación o de conocimientos. Se omite que no somos
todos iguales a la hora de escoger dónde y cómo educarnos, por ejemplo. Y
sabido es que la inequidad genera las condiciones apropiadas para su
reproducción, de generación en generación.
Ahora la historia nos ha puesto en un escenario impensado, donde dependemos
de nuestra capacidad para colaborar con los demás, para confiar en ellos
(incluidas las desprestigiadas autoridades). De la capacidad de un sistema de
salud público que ha sido corroído y desmantelado continuamente por el modelo.
¡Cuánto más tranquilos estaríamos si contáramos con un sistema de salud público
robusto!
Cuando esta crisis acabe, vendrán otras. Eso es seguro. Winter is coming. La
cuestión es cómo les haremos frente: si con la consignilla de la libertad de
mercado o con un estado diferente, solidario, que propugne el respeto, la
colaboración y el bien común.
Está unos meses más adelante el
momento de pronunciarnos como pueblo consciente. Aprobar mediante una
abrumadora mayoría la necesidad de elaborar una nueva Constitución y señalar la
Asamblea Constituyente como el mecanismo más apropiado para construir nuestra
nueva Carta Magna, que será un punto de inflexión en nuestra historia. Tenemos
unos cinco meses más para pensar, debatir, organizarnos en estas difíciles
condiciones, pero el tiempo pasa a gran velocidad. Debemos prepararnos. Winter
is coming. A trabajar juntos, más unidos que si pudiéramos abrazarnos.
Diego Muñoz
Valenzuela, escritor, presidente de Letras de Chile, ingeniero y miembro del
Tribunal Supremo del Partido por la Dignidad.
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