Esa es la
pregunta. La disquisición podría también formularse como tener o no tener. El
neoliberalismo y la globalización se han impuesto en buena parte del mundo,
sino completo, aprovechando las
debilidades y el fracaso de otras formas. Esto en Chile se hizo patente desde
el inicio de la década del 80, cuando en plena y feroz dictadura se pavimentó
el camino para un severo y escolástico experimento impulsado por los seguidores
de la escuela de Chicago.
En Chile hemos comprobado que el
neoliberalismo, con su promesa de que el crecimiento de la economía resolverá
todos los problemas de la sociedad, miente. La desigualdad ha crecido a niveles
abismantes en todos los órdenes. El colapso ecológico generado por el modelo
extractivista se manifiesta de manera evidente. No hemos creado ciencia y tecnología propias, lo
que nos permitiría participar con éxito en la sociedad del conocimiento y
agregar valor en las exportaciones.
Además, desde 1980 se han deteriorado de forma sistemática, junto con
disminuir la fuerza y rol del estado, bienes públicos tan relevantes como la
salud y la educación. Justamente ahora se siente con mayor intensidad cualquier
debilidad de la salud pública, en pleno ascenso de la pandemia y sus mortíferos
efectos. No somos todos iguales ante el Coronavirus. Quienes cuentan con más
recursos: habitan lugares amplios y aislados, utilizan sistemas médicos
privados muy bien dotados, disponen de toda clase de recursos ante cualquier
emergencia, no están obligados a arriesgarse a salir a trabajar.
Otros en cambio, entre ellos los afortunados que conservan sus fuentes de
trabajo formales, deben asumir altos riesgos para concurrir en transporte
público a sus puestos. Otros deben aceptar disminuciones significativas en sus
rentas para conservar el preciado empleo mediante un acuerdo con sus
empleadores, o utilizando el mecanismo que permite el uso del seguro de
cesantía manteniendo el pago de las leyes sociales, que también genera baja de
salarios. Los trabajadores de la economía informal, entre ellos millares de
inmigrantes, han perdido sus ingresos en su abrumadora mayoría, aún más grave en
su caso pues carecen de cualquier protección social.
Todo esto se produce cuando convergen los efectos de dos crisis sumadas:
aquella que reventó el 18 de octubre de 2019 debido a la desigualdad socioeconómica,
el abuso sistemático y el abandono de los más pobres, y luego la generada por
la pandemia y sus efectos devastadores. Dos crisis acopladas, cuando una sola bastaba
para sacudirnos como país hasta los cimientos.
Sumidos en este ominoso paréntesis que impide las manifestaciones, en condiciones
de un estricto manejo de los medios de comunicación que impide un diálogo
abierto y franco, y en el cuidadoso y dosificado manejo de la información clave
para infundir una sensación triunfalista, solo podemos emplear nuestro tiempo
para informarnos por vías alternativas y reflexionar sobre lo que nos sucede.
También para comunicarnos, generar mecanismos de solidaridad y organizarnos
para los momentos en que la crisis sanitaria sea -eso esperamos todos-
definitivamente superada.
En buena parte del mundo ocurre lo mismo: gobiernos ciegos y sordos al
sufrimiento de sus pueblos. Donald Trump es un ejemplo tan notorio como
lamentable, además de influyente en los destino del planeta. Miente de forma
descarada, desorienta, busca culpables, Por ejemplo, en enero de este año acusó
a los demócratas de crear la farsa de la pandemia para dañar su presidencia. Por
cierto ha ido modificando su discurso para acomodarse a las circunstancias de
la realidad, pero sigue con sus falacias. Miente, miente, que algo queda.
El comportamiento mortal del Coronavirus en Estados Unidos se expresa en cifras
atroces, y castiga -como era previsible- a los más vulnerables: afroamericanos,
inmigrantes latinoamericanos, los pobres del poderoso país. No hay dónde
atenderse, los centros de salud están colapsados, no hay mascarillas para la
población, los ventiladores mecánicos escasean aunque definen la diferencia
entre la vida y la muerte.
Acá en Chile, lamento decirlo, creo que se replicará un fenómeno similar,
más allá de las promesas y discursos triunfalistas. Todo ello, como expresé antes, acentuado y agravado
por la crisis socioeconómica previa.
Los analistas y los filósofos realizan toda clase de intentos por
clarificar cuál será el destino de la humanidad post pandemia. Es interesante
informarse acerca de todos ellos; los hay optimistas en exceso, de diversos
tonos, hasta francamente apocalípticos. Slavok
Zizek, un delirante seductor desde mi posición, anuncia la llegada de un
neocomunismo tras la crisis terminal del capitalismo (cuyas capacidades
adaptativas no es conveniente menospreciar). Byung-Chul Han, en cambio, propone
un escenario más continuista del sistema neoliberal, con modificaciones
totalitarias que nos acercan a las peores pesadillas de 1984, la
inquietante novela de Orwell. De este modo la ciencia ficción de corte
sociológico ha invadido el escenario con sus predicciones, ya no establecidas desde la creatividad de los escritores, sino que por
filósofos, economistas y políticos.
Ciertamente la situación actual favorece el progreso del individualismo
extremo, en continuidad con el sistema neoliberal que se basa en el consumo, el
triunfo personal y la alienación. La situación se amplifica cuando se impone el
descontento generalizado, el instinto de supervivencia, y la desconfianza en
todas las instituciones y en particular en los partidos políticos. ¿Cómo salir
de la doble crisis en estas circunstancias?
A mí me parece evidente, necesario, imprescindible que se genere un espacio
progresista y amplio de cooperación, generación de acuerdos y mecanismos de
solidaridad con los más frágiles. Sin embargo, esta es solo una creencia, que
quisiera la compartieran muchos, millones de compatriotas. Eso implica
dialogar, organizarse, concordar, unirse, contradecir y aislar el
individualismo que ha creado el neoliberalismo, y exacerbado debido al miedo
causado por la peste.
Hay un amplio espacio de unidad que puede generarse a costa de decisión y esfuerzo
genuino. Esta es nuestra esperanza. Las cuestiones esenciales fueron propuestas
desde el 18 de octubre. No sé acaso una transformación sustantiva en el orden
mundial ocurrirá post pandemia. Pero sí podemos intentarlo en Chile y dar el
ejemplo. ¿Nos preocuparemos más por la salud de la población? ¿Por su
educación, por el desarrollo de la ciencia y la tecnología, por el cuidado del
medio ambiente? ¿Desarrollaremos un sistema -cualquiera que este sea- centrado
en la solidaridad humana? ¿Impulsaremos la colaboración internacional?
¿Combatiremos unidos la desigualdad como a una plaga nefasta?
Ser o no ser, es la pregunta
para Chile acaso deseamos construir una sociedad sobre nuevas bases. Eso
requiere que seamos más conscientes, más fraternos, más reflexivos. Ser o no
ser. Más unidos, más flexibles y más desafiantes para lograr un cambio
trascendente.
Diego Muñoz
Valenzuela, escritor, presidente de Letras de Chile
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