Como siempre, estaba borracho como cuba en uno
de los cuchitriles que acostumbraba a habitar. Me acerqué metiendo bulla para
que no fuera a tomarlo desprevenido; se sabe que es peligroso cuando algo lo
altera.
Abrió uno de sus ojos verdes, uno solo, como si
fuera una entidad separada de él mismo. Esa maligna bola esmeralda se clavó en
mí como una azagaya para escanearme interiormente. La mente de Sauriomán es
como una computadora infalible: si alguna vez le hiciste un mínimo daño, te
reconocerá y estás muerto. Yo, por suerte, estoy salvo, porque solo me debe
buenos encargos y pagos generosos.
-Hola muchacho –abrió el otro ojo en señal de
amistad-. Imagino que vienes por negocios. ¿Qué me traes?
-Por encargo de un buen amigo, quiero que te
hagas cargo de un político corrupto.
Sauriomán sonrió con su ancha mandíbula de
cocodrilo y por ella asomaron miles de dientes filosos como navajas.
-Es un encargo demasiado amplio –objetó-.
Tendría que consagrar mi vida a su cumplimiento.
-Eres inmortal –repliqué-, tiempo no faltaría.
Pero se trata de uno solo. El Presidente.
-Ni más ni menos –resopló el superhéroe,
imitando una carcajada ahogada que resultó casi humana-, va a salir caro, pero
imagino que contribuyentes a esta noble causa no faltarán…
-Aquí tienes doscientos mil, ¿alcanza?
-Si es el adelanto, sobra. Retira cincuenta
mil, por favor. Tengo mis debilidades. Quisiera trabajar, al menos en parte,
por placer.
-Supongo que no será una debilidad ética, ¿eh
Sauriomán?
-Allá cada cual con lo suyo. Echemos unos
tragos. Después iré a cumplir cometido, ¿estamos?
-Estamos –repuse.
Me concedía un honor inédito: beber con el
futuro asesino del Presidente. Con timidez agregué las palabras que pugnaban
salir de mi boca.
-¿Puedo pedirle al mozo que nos saque una foto?
Asintió y juro que fue uno de mis momentos más
felices. Busca la imagen. Está en mi Facebook.
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