A Juan A. Epple
Con su peluda y torpe zarpa, el
Lobo aferró el lápiz grafito e inició la escritura de su primer y último microcuento,
sabiendo que lo dedicaría a la Caperucita de sus sueños. Escogió un final feliz
y lo borró con rabia. Lo cambió a un desenlace triste y se decepcionó. Optó por
el final trágico, el clásico. Añadió el punto final y salió dispuesto a
enfrentar su destino.
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