25 abril, 2015

Las aventuras de Sauriomán 3

Las exequias presidenciales habían culminado el día anterior, pero el duelo nacional decretado se prolongaría todavía una semana. Sauriomán disfrutaba de su impunidad total -¿quién iba a osar interrumpirla?- y seguía dando largona a las festividades, acuciado por un séquito de admiradores que no mezquinaba brindis en su honor.  El fenecido hombre de estado era casi unánimemente odiado: tras cinco años de gobierno había acumulado una legión de enemigos poderosos.
Sauriomán bebía como cosaco en compañía de una cohorte integrada –seguramente- tanto por futuros clientes como por potenciales víctimas. Esa calidad estaría determinada por los imponderables designios del destino, como por la generosidad de los contratantes de sus servicios.
Un inoportuno tuvo la mala ocurrencia de intentar contratarlo para liquidar al obispo Vermes, reiteradamente acusado de pedofilia. El superhéroe le parió el pescuezo con un violento y seco giro de sus vértebras cervicales.
-Si bien se trataba de una causa noble –comentó nuestro reptilino ídolo-, no puedo permitir que cualquier pelafustán interrumpa mis festejos. Constituiría un funesto precedente.  Tengo legítimo derecho al descanso, igual que cualquier trabajador de nuestra patria, ¿Verdad?
La concurrencia asintió y brindó, obsecuente, y los festejos prosiguieron.
Dos días después, tras un meditado cálculo, decidí insistir en el punto. Odiaba lo suficiente al obispo Vermes, pero además me constaba que había sodomizado a los críos de un par de buenos amigos. Además, generosos. Primero ofrecí un lisonjero brindis. Sauriomán es sensible al halago.
-Valiente Sauriomán, el infeliz imprudente que murió el otro día…
-¿Qué pasa con ese inoportuno? –rugió el superhéroe, amenazante.
-Dijiste que su causa era justa. ¿Habrá muerto en vano aquella sabandija?
Sauriomán quedó pensativo unos minutos. Luego bebió un trago largo al seco y partió balanceándose a cumplir un destino mortal.
Gratis, además. Me echaría cien mil a la bolsa por cada padre, más la comisión. Me puse a rezar por su éxito, aunque era innecesario.





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