Deyanira me persiguió la semana completa con
sus tretas de gata regalona para conseguir el propósito que llenaba por
completo su pequeña mente perversa: que le presentara al gran Sauriomán. No era
la primera vez que recibía semejante requerimiento, aunque jamás lo había
satisfecho, pese a la insistencia generosa de las féminas de turno. Las
enloquecía la posibilidad de tener sexo con el superhéroe; seguramente las
perras lo imaginaban dotado de una herramienta poderosa capaz de remontarlas al
más placentero de los Nirvanas.
Deyanira era persistente con sus mejores artes
logró convencerme. Mal que mal, a veces soy asequible y ella –hay que
reconócelo- es exquisita. Un manjar de los dioses. En verdad, Sauriomán debiera
quedar agradecido por mis buenos oficios, pero con él nunca se sabe. Su vida
sexual es desconocida e inmiscuirse en ella constituía un enorme riesgo.
Calculé bien cuál podía ser el mejor momento.
Una tarde apacible, a mitad de semana, antes de que los parroquianos atiborraran
su bar de turno para invitarlo a interminables rondas y pedirle autógrafos,
fotos, consejos…
Procedí y viendo terreno propicio, me senté a
su mesa. Me regaló una de sus sonrisas amplias y temibles. Después me palmoteó
con una de sus garras verdosas. Me animé.
-Tengo una amiga que quiere conocerte –declare
con voz clara y firme.
-Vaya, ¿y qué es lo que quiere la dama?
-Que te la cojas… bueno, es mi interpretación.
-Temeraria –musitó-. Es peligroso coger con un
tipo como yo –sus ojos verdes se posaron en mí con cierto viso de tristeza. Eso
me pareció-. Tengo escaso autocontrol emocional. Y me gusta causar dolor. No
puedo evitarlo.
-Entiendo. Las fortalezas son el reverso de las
debilidades. Se lo explicaré.
-Te lo agradeceré. Lo correcto es que esté
consciente de los riesgos.
-Eres un tipo correcto, Sauriomán –levanté mi
copa y brindamos.
Después me fui a llamarla por teléfono para
cumplir con el encargo. No tengo idea si se vieron o no. Tampoco volví a verla.
Menos a preguntarle algo a Sauriomán. Pienso que fue lo más sabio.
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