Vi al ángel
caminando por la calle. Lo seguí, porque me pareció una oportunidad única. Dobló
en una esquina muy oscura. Eché a correr tras él y desde entonces vivo en este
mundo donde no hay nadie como yo, solo seres alados y celestiales.
31 diciembre, 2014
25 diciembre, 2014
19 diciembre, 2014
El lavavajillas
Alguien introdujo
la idea dentro de su duro cráneo, ya no recordaba quién. Su esposa quizás, pero
no estaba seguro. Tampoco importaba. Ahora estaba solo, frente a la caja recién
abierta, procurando armar el artilugio según las instrucciones del catálogo.
Trabajó por horas, sin descanso. Enchufó el resultado de sus esfuerzos a la red
eléctrica y a la de agua. Presionó el botón verde y un inteligente ojo escarlata
se encendió en la parte superior del artefacto. Abrió la puerta de cristal y colocó
dentro la vajilla sucia. Un plato se atascó, lo tironeó, pero se trabó más aún.
El chorro de agua hirviente le arrancó un chillido. Metió la otra mano para
zafar la que tenía apresada. El ojo carmesí brilló con furia. Ahora estaba
doblemente atrapado. El engendro comenzó a trepidar arrastrándolo hacia su
interior. El funcionamiento de la máquina alcanzó dimensiones horrísonas que
tapaban sus aullidos. Al final sobrevino el silencio, apenas interrumpido por
un borboteo similar a una risa ahogada.
12 diciembre, 2014
Historia de una paradoja

07 diciembre, 2014
Lluvia
La lluvia atraviesa
mi abrigo para impregnarme el cuerpo con su mensaje helado y sinuoso. Cae sobre
mí, inmisericorde, inexorable, rítmica. Se introduce por mis ojos para cegarme.
Penetra por mi nariz para impedir la respiración. Golpetea sobre mi cráneo como
si quisiera trepanarlo y convertirlo en un recipiente donde poder acumularse.
Anula mi pensamiento, lo reduce a jirones, lo disuelve y lo transforma en un
intento ridículo e inútil. Al fin me
transforma en un montículo de ropa mojada, vacío de conciencia, inmóvil,
inerte.
28 noviembre, 2014
Don Quijote 2005 (1)
Don Quijote resucita para celebrar sus cuatrocientos años. Recorre el globo
dando conferencias que coronan los múltiples homenajes del mundo
hispanoamericano. No sabe qué hacer con tantos viáticos y honorarios y los
acumula en los bolsillos de su traje de lino beige. Aburrido del constante
acoso de admiradores y estudiosos, escapa por la puerta de servicio del lujoso
hotel de turno y entra a una hamburguesería. Con tantos cócteles y cenas de
celebración ha engordado visiblemente. Han tenido que confeccionar sucesivas
armaduras que se adapten a la creciente barriga. Con un fajo de dólares
apretado entre sus dedos, se ubica en la fila más corta, evaluando doblar las
raciones de queso y papas fritas. “La
que se ha perdido Sancho por no acompañarme”, murmura y comienza a engullir su
italiana especial.
* extraído del volumen de microcuentos DE MONSTRUOS Y BELLEZAS, editorial Mosquito, 2007.
21 noviembre, 2014
Escena del futuro

16 noviembre, 2014
La casa despierta
Cuando
el sol emerge entre las montañas, la casa se despereza. El agua de la piscina comienza
a circular por el filtro. Se activa el riego automático. Las luces del exterior
se apagan. El refrigerador zumba alegremente. En la pantalla del computador no hay
nuevos mensajes. El automóvil estacionado en el patio culmina su
autodiagnóstico. Otros artefactos irán despertando en el día. La pareja duerme
abrazada en su cama. Hace tiempo que no respiran; parecen muñecos de cera,
secos e inmóviles. Una flor se abre a la mañana; sobre ella caen minúsculas gotas de agua arrastradas por el
viento.
de mi libro DE MONSTRUOS Y BELLEZAS (Ed. Mosquito, 2003)
de mi libro DE MONSTRUOS Y BELLEZAS (Ed. Mosquito, 2003)
08 noviembre, 2014
De monstruos y bellezas
El
monstruo llora frente al espejo de la feria de diversiones porque su imagen se
deforma y adquiere una apariencia grotesca. La hermosa muchacha con ojos de
océano mira divertida su figura horripilante en el mismo espejo. Ella descubre
a su príncipe azul en el espejo. Él cruza una mirada de amor con la maravillosa
monstrua. Se enamoran perdidamente, y desde ese instante viven felices, juntos:
la bella, el monstruo y el espejo.
01 noviembre, 2014
Álbum 2
A
Héctor Garay y Remigio Muga
Todas en blanco y
negro. En la clínica entre los brazos de su madre dichosa. A los dos años su
padre lo levanta hacia el cielo y él
exhibe una sonrisa perfecta de querubín. Montado en un caballo con sombrero y
manta, un poco serio. Con uniforme de colegio y corbata bien anudada.
Adolescente, chascón, con jeans pata de elefante y anteojos John Lennon. En los
trabajos voluntarios, abrazado con una muchacha de cabellera crespa; ambos se
ríen a carcajadas. En su pieza, leyendo un libro con un póster del Ché atrás.
En una fiesta familiar, taciturno, como si estuviera preocupado. Por algo. En la pancarta que porta su madre
triste, silencioso, ausente. Mirándonos.
30 octubre, 2014
Halloween 4
Aquella niña tiene una boca muy
grande y horrible, que semeja la entrada a uno de los peores infiernos
imaginables Consulta mi opción ante la pregunta estándar: “¿dulce o
travesura?”. Sé de inmediato que se trata de un simple formulismo. Mi destino
se encuentra sellado. Le entrego un enorme paquete de dulces y lo arroja dentro
de aquella cavidad negra e infinita. “Más” exige con la gigantesca oquedad muy
abierta. Allí me lanzo en un impulso notable para acabar con esta historia.
22 octubre, 2014
Viaje nocturno
Leonor despertó a la luna para hacer más apacible y translúcida a la
noche. La luz blanquecina sostuvo una breve batalla con la oscuridad antes de
hacerla retroceder hacia los más impenetrables reductos.
Después se despojó de las ropas, tomó un gran sombrero color naranja y
con cinta de terciopelo, y se echó a volar suavemente por los barrios
cordilleranos que eran los más favorables para un viaje de esa naturaleza.
18 octubre, 2014
Ojo y espejo
El
ojo había llegado. Estaba allí, en medio de la habitación. Enclavado en la
pared arrojaba una mirada terrible y profunda que le hacía tintinear las
terminaciones nerviosas. Esa mirada no lo dejaba olvidar lo que había que
olvidar, ni recordar aquello que es imprescindible.
Pero
ahí estaba, ensoñador, magnético, impasible. Enorme. Casi de su propio tamaño,
con horribles sanguinolencias y venas enrojecidas, y la pupila dilatada. Se
aterrorizó, golpeó el espejo hasta destruirlo y volvió con gran calma hacia su
órbita.
15 octubre, 2014
Muerte del mago
El último Gran Mago agoniza, viejísimo y agotado su cuerpo, pero lúcida su mente, poderosa y viva su magia como el primer día, hace milenios.
Acuden a despedirse cientos de seres fantásticos productos de su poder; ángeles y sirenas, licántropos y vampiros, monstruos fabulosos que sollozan sin consuelo junto a su lecho, que es la piel de un unicornio.
El Kraken y la serpiente marina, criaturas preferidas y privilegiadas, lloran silenciosamente, con respeto, sobrecogidas, sin pensar siquiera en chapotear o salpicar.
- Sólo el Hombre no ha venido - señala el anciano, con un gesto de inmenso dolor -, sólo él. Y muere.
Acuden a despedirse cientos de seres fantásticos productos de su poder; ángeles y sirenas, licántropos y vampiros, monstruos fabulosos que sollozan sin consuelo junto a su lecho, que es la piel de un unicornio.
El Kraken y la serpiente marina, criaturas preferidas y privilegiadas, lloran silenciosamente, con respeto, sobrecogidas, sin pensar siquiera en chapotear o salpicar.
- Sólo el Hombre no ha venido - señala el anciano, con un gesto de inmenso dolor -, sólo él. Y muere.
02 octubre, 2014
Alienígenas
Cuando abrí la
puerta del excusado, encontré al maldito extraterrestre instalado allí. El
almuerzo me había caído pésimo y necesitaba el inodoro con urgencia. Me miró a
través de su escafandra translúcida con aquellos enormes, oblicuos y oscuros
ojos de alienígena. Tenía abajo la parte inferior de su traje espacial. Hedía y
eso empeoró la situación porque sentí náuseas. Vomité sobre su escafandra. El
asqueroso fluido que salió de mis entrañas escurrió empañando el vidrio. Al
fulano no debe haberle agradado mi acción, por cierto involuntaria, y llevó
rápidamente su mano –o lo que fuera, tentáculo, seudópodo, pata- a la altura donde debieran estar sus
caderas. Ya he visto suficientes películas del far west; a mí no me vienen con cuentos. Le vacié la Walther 38 sobre el pecho. No quería que
me saltaran vidrios al rostro. Ocho agujeros aparecieron sobre su traje de
cosmonauta, y por ellos comenzó a escurrir
un fluido verde esmeralda. Antes de que cayera y siguiera emporcándolo
todo, lo levanté en vilo para arrojarlo dentro de la tina. Me senté al fin. Y vino el alivio,
aunque apestara la podredumbre de la criatura convulsionando en la bañera.
28 septiembre, 2014
Amores perfectos
-Yo creo que lo
nuestro no puede continuar –asevera con tristeza la mujer lobo.
-¿Por qué?
–pregunta angustiado el vampiro, rodeando su peluda cintura para sujetarla.
-Porque es
necrofilia –repone ella mientras lame su rostro pálido con devoción.
-Eso depende
del punto de vista –argumenta el no muerto, estrechándola con vigor-. Creo que
lo nuestro es más bien zoofilia.
Se dieron un
largo beso de amantes, resignados ante el destino inevitable.
* Este microrrelato forma parte del volumen LAS NUEVAS HADAS, que todavía se encuentra en librerías.
* Este microrrelato forma parte del volumen LAS NUEVAS HADAS, que todavía se encuentra en librerías.
24 septiembre, 2014
El ángel
Ante tamaña acusación el ángel
no puede defenderse. En la cárcel medita
sobre el significado de la libertad y decide buscar una ocupación menos riesgosa.
13 septiembre, 2014
MICROSAURI
La vita è sogno
Dorme. Sogna di volare.
Si sveglia. Cade nel vuoto.
(La vida es sueño
Duerme. Sueña que vuela.
Despierta. Cae al vacío)
Robin Edizioni de Italia acaba de publicar una selección de microrrelatos traducida or el profesor Danilo Manera, bajo el título MICROSAURI (Microsaurios) en su colección LIBRI PER TUTTI LES TASCHE, libros de bolsillo, al alcance de todos por su precio accesible. El microrrelato antes expuesto abre la selección de MICROSAURI.
En su contraportada los editores escriben:
"Microsauri" son historias-relámpago, aventuras de un minuto, sorprendentes anécdotas que se mueven entre el humor y los cuentos de hadas, epopeyas en miniatura".
"En el Chile de hoy, tierra de poetas y novelistas, el género del microrrelato es
ampliamente practicado y apreciado, y Diego Muñoz Valenzuela uno de sus maestros indiscutibles. Esta selección fue preparada especialmente para ofrecer a los lectores italianos una muestra de esta expresión artística"
www.robinedizioni.it
Dorme. Sogna di volare.
Si sveglia. Cade nel vuoto.
(La vida es sueño
Duerme. Sueña que vuela.
Despierta. Cae al vacío)
Robin Edizioni de Italia acaba de publicar una selección de microrrelatos traducida or el profesor Danilo Manera, bajo el título MICROSAURI (Microsaurios) en su colección LIBRI PER TUTTI LES TASCHE, libros de bolsillo, al alcance de todos por su precio accesible. El microrrelato antes expuesto abre la selección de MICROSAURI.
En su contraportada los editores escriben:
"Microsauri" son historias-relámpago, aventuras de un minuto, sorprendentes anécdotas que se mueven entre el humor y los cuentos de hadas, epopeyas en miniatura".
"En el Chile de hoy, tierra de poetas y novelistas, el género del microrrelato es
ampliamente practicado y apreciado, y Diego Muñoz Valenzuela uno de sus maestros indiscutibles. Esta selección fue preparada especialmente para ofrecer a los lectores italianos una muestra de esta expresión artística"
www.robinedizioni.it
10 septiembre, 2014
El verdugo
El Heraldo se acerca al galope y
lee el nombre del condenado, que es el
verdugo.
Lo escribí a mediados de los 70, en plena dictadura. Se publicó primero en un diario mural el 76. Y en la revista PIRKA del Taller Literario de Ingeniería en 1978. No necesita estar dedicado...
La ilustración es de mi querido amigo el pintor K Poblete.
04 septiembre, 2014
Orden
Es de noche. El hombre toma un
taxi. Viaja. El taxista asalta al
hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo
en mano. Lo despojan de sus vestimentas.
Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de
auxilio. Detiene un coche
policial. Lo golpean. Es arrestado por
no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es
violado. Grita. Los guardias no vienen.
Al día siguiente lo trasladan a enfermería.
El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos políticos. Después de
algunos días lo interrogan. Nada le
creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o
recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta
su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda
solitaria por varios meses. Cuando se
acuerdan de él, está flaquísimo y loco.
Lo envían al Manicomio. Grita que lo
dejen en paz. Muere.
28 agosto, 2014
Rehabilitación de Circe
La preciosísima Circe estaba aburrida de la simplicidad de Ulises. Si bien era fogoso, bien dotado y bello, la convivencia no daba para más. Solía convertirlo en perro para propinarle patadas, y él sollozaba y le imploraba perdón. Lo transformaba en caballo para galopar por la isla de Ea, fustigándolo con dureza. Lo transmutaba en cerdo para humillarlo alimentándolo con desperdicios. Volvía a darle forma humana para hacer el amor, y volvía a fastidiarse con su charla insulsa. Por fin lo expulsó del reino, le restituyó su barca y sus tripulantes y lo dotó con alimentos para un largo viaje. “Vete y no vuelvas”, ordenó con voz terminante al lloroso viajero, “y cuenta lo que quieras para quedar bien ante la historia”. Después sopló un hálito mágico para hinchar la vela de la embarcación.
23 agosto, 2014
AMOR CIBERNAUTA

16 agosto, 2014
De cómo la poesía infunde historias de amor
Este microrrelato está en el volumen LAS NUEVAS HADAS, Simplemente Editores,2011.
26 julio, 2014
Dudas y flaquezas
El esqueleto estaba sentado sobre
un sofá, muy erguido y con el cuello estirado para mirar por la ventana. Sus
huesos eran firmes, gruesos y marfilados; tenía la apariencia de una estructura
sólida, invulnerable. Afuera brillaba el sol con intensidad y la primavera
dejaba caer su impronta cálida. El esqueleto deseó que los rayos amarillos
acariciaran sus osamentas para espantar el frío que las trasminaba. No
obstante, permaneció allí. No osó moverse. Es sabido que los esqueletos son
considerados: no salen de sus escondites por temor a infundirnos pánico. Se
quedan allí, atisban silenciosos desde sus refugios y reprimen su ansiedad de
calor con singular firmeza.
18 julio, 2014
OJOS DE METAL: el primer capítulo de la novela
OJOS DE METAL es la tercera novela de la serie del cyborg de Diego Muñoz Valenzuela, que comenzó con FLORES PARA UN CYBORG (publicada en Chile en 1997, 2003 y 2011; España en 2008, Italia en 2013 y Croacia en 2014), seguida por LAS CRIATURAS DEL CYBORG (2011). La presentará el estudioso y editor de ciencia ficción Marcelo Novoa, en Valparaíso el viernes 25 de Julio de 2014, 19:30 hrs., Castillo Wulf
1.
Calles en la gran manzana
Eddie Amarales se detiene entre la
ansiosa muchedumbre de asiáticos y latinos para extraer un papel arrugado del
bolsillo de su chaqueta. Lo estira con torpeza y extiende sus brazos al máximo,
sosteniéndolo por los extremos con el pulgar y el índice de ambas manos.
Entorna los ojos para convertir los jeroglíficos en caracteres reconocibles,
pero el esfuerzo resulta inútil. Atardece en la Gran Manzana y las ventanas de
los rascacielos comienzan a iluminarse una tras otra en loca secuencia, como un
rompecabezas interminable; sin embargo el alumbrado público todavía permanece
apagado. Alguien lo maldice por estorbar el camino: “hijo de su chingada madre”
lo llama en español, conminándolo a poner los cojones sobre un yunque para
darles de martillazos hasta convertirlos en papilla. La sugerencia le hace gracia a Eddie, pues conforma una
línea curva con sus labios delgados. “Buena idea para aplicarla con un deudor
moroso, debiera anotarla”, murmura como si sus palabras fueran a registrarse en
una grabadora invisible. Después continúa hablando solo mientras se acerca a
una vitrina iluminada: “a este pinche alcalde sus electores deberían reventarlo
a patadas por cicatero, recién prende las farolas cuando la noche está bien
cerrada”. Busca un ángulo que refleje la luz y que le permita mantener el papel
a la distancia necesaria para ver los caracteres. “112 Mulberry Street”
deletrea satisfecho antes de emprender la marcha. “Estos pinches chinos están
apoderándose de todo”, susurra, “China Town está devorando a Little Italy;
apenas sobrevive un par de cuadras. Eso tiene medio locos a los pinches
neonazis que andan predicando que para acabar con las chinches hay que
quemar el petate. Están chiflados los cabrones de cabezas rapadas”. A su
alrededor cuelgan letreros con jeroglíficos asiáticos que anuncian toda clase
de productos insólitos para un latino como Eddie. Aromas fuertes y pesados
escapan de las cocinerías y restoranes que hierven de clientes hablando en su
jerga incomprensible, negociando precios y condiciones, haciendo ofertas
ventajosas y rechazando intentos de timo con esas raras inflexiones de voz que
a veces semejan gruñidos y otras notas musicales. Al llegar a la esquina de
Canal con Mulberry dobla hacia la izquierda. Se detiene unos segundos ante una
vitrina-acuario donde un grotesco bogavante deambula en cámara lenta, sin saber
que lo exhiben como exquisitez, sereno cual si vagara por tranquilos jardines
ubicados en las profundidades del océano, lejos de cualquier amenaza. Su
armadura de nada le servirá a la hora del juicio final, piensa, lo arrojarán a
un caldero cuya temperatura irá subiendo hasta alcanzar el punto de ebullición.
“Se cocerá vivo el cabrón antes que pueda darse cuenta”, acota Eddie Amarales.
“Igual que yo, si persisto en meter la nariz donde no debo”, agrega después de
un breve silencio que precede el reinicio de la marcha. “El cocodrilo que desea
comer no enturbia el agua, decía la abuela Xóchitl
procurando desasnarme”.
Esquiva transeúntes amarillos de ojos
rasgados, negros de todos los tintes, mulatas centroamericanas, chicanos de
miradas torvas, eslavos cargados de amargura. Es un mundo que no pertenece a
los gringos puritanos, aquí todos venimos de otras partes, hablamos otro
idioma, adoramos a otros dioses, conocemos los dolores y la dureza de la vida,
reflexiona Eddie. “Aquí a un pinche gringo lo hacen mondongo si se atreve a
caminar solo después de las seis de la tarde”, acota para el registro invisible
con una sonrisa dibujada en el pálido rostro de vampiro: ojeroso, inexpresivo,
pelo peinado hacia atrás, negro como ala de cuervo, engominado y brillante. Un
negro rasta con los ojos extraviados se le cruza y le da un encontrón;
trastabilla, se lleva la mano a la cartera para comprobar que sigue allí, luego palpa el revólver de la sobaquera.
“Todo normal”, concluye después del rápido examen, “pinche yonqui, tan
endrogado que anda a punta de encontronazos, no sabe dónde está parado”.
Descubre un anuncio de spaghetti y se detiene para observar con calma; ya está en la zona de los restoranes
italianos que han logrado resistir el avance impetuoso de China Town. El
letrero del Luna´s aclara que es
un sitio de Neopolitan Cuisine y reproduce el Vesubio; una luna en
cuarto creciente completa los distintivos del local ubicado en el 112 de
Mulberry. Lo reconoce, ha estado allí una vez. Ingresa confiado a ese mundo de
aromas penetrantes y placenteros que aprendió a
asociar al Little Italy en sus primeras incursiones en la ciudad,
“tantos años atrás” suspira. Queso parmesano, orégano, ajo, chiles de todas
clases, albahaca, callampas secas, jitomate, pesto, anchoas, pimentón. Camina
entre las mesas cubiertas con papel rústico, áspero, aquel que llaman craft; nada de manteles blancos que se
manchen con salsas coloradas o vinos oscuros. Se desplaza dribleando a través
del laberinto formado por las mesas, las sillas y los parroquianos que ríen,
beben, blasfeman y devoran lasagnas, spaghetti pomodoro,
fetuccini a la puttanesca, ravioli di funghi, linguini,
gnocchi al pesto. La atmósfera es pesada pero sabrosa, cargada de olores
exquisitos; es como sumergirse en un mar de fragancias nutritivas. La luz es mediana,
allí se vive en el justo límite entre la penumbra y el resplandor; un atardecer
eterno o una madrugada que jamás se desarrolla para convertirse en día. En las
paredes no queda un mísero espacio libre: hasta el último milímetro cuadrado
está ocupado por una foto, una carta, una postal vetusta, el banderín de un
club deportivo, un recuerdo de algo o alguien perteneciente a un mundo que ya
no existe. Eddie Amarales da un giro a la izquierda para entrar en otra ala del
boliche, ahí donde está el mesón donde la Nonna vigila el comportamiento
de los asiduos al Luna’s. Eddie le hace una venia y la anciana se la
retribuye con una sonrisa desdentada, amarillenta, señalándole con brazo
tembloroso una mesa recién desocupada. Sobre su chorreada cubierta de papel hay
dos platos sucios, dos copas vacías y migas
de pan esparcidas. Toma asiento mientras la anciana da voces de mando en un
dialecto indescifrable, abundante en siseos y probablemente en denuestos. Una
muchacha acude resoplando, al trote, espetándole un “escusi signore” y
algo más que Eddie no entiende. Aunque ella no lo esté mirando, Eddie le sonríe
a la muchacha de ojos negros que equilibra platos y copas en su mano izquierda
en tanto enrolla el inmundo mantel con la derecha para escapar en dirección a la
cocina. Descubre que la signorina le dejó una hoja envuelta en plástico
con la lista de las especialidades de la casa escrita a máquina, borroneada una
y otra vez para modificar los precios o eliminar platos fuera de temporada.
“Deberían tener la pendeja lista en computadora los pinches bachichas”, observa
en voz baja mientras recorre el menú buscando un nombre que le despierte el
apetito. “Pero qué van a saber de computadoras los chingados, apenas sabrán
leer, escribir y sumar para sacar las cuentas. Y aún así nadarán en billetes
los cabrones, explotarán a sus propios compatriotas recién llegados, y
esclavizarán latinos muertos de hambre”. Sus murmuraciones se interrumpen
cuando la muchacha de ojos negros retorna a la mesa y lo enfrenta con una
libreta y un lápiz en las manos. Amarales le dirige una mirada inexpresiva de
misógino; sacerdote del Opus Dei con su traje oscuro y la camisa blanca bien
cerrada sobre el cuello, los anteojos gruesos de marco negro y los cabellos
bien estirados hacia atrás gracias a la magia del gel. Y cuando pareciera que
está a punto de arrojarle una invectiva religiosa, amenazándola con las penas
del infierno por llevar la blusa demasiado abierta para descubrir el nacimiento
de sus pechos soberbios, y peor aún, por el coqueto baile de sus ojos
almendrados, le sonríe atolondrado y obsequioso.
-Apetezco un spaghetti
calamari, bella signorina. ¿Llegó usted hace poco a Nueva York?
-Spaghetti calamari, mmmm –saca
la lengua por la comisura mientras anota trabajosamente con un lápiz a mina tan
corto que apenas puede sujetar-, presto, dos meses, pero estudié dos
años el inglese antes de viajar. ¿Vino o gaseosa?
-Agua con gas, pequeña. Y una botella de
vino de la casa, rosso.
-Va benne. Escogeré el mejor
para usted –sonríe con un mohín gracioso que contiene una calculada dosis de
seducción, y se retira contoneando sus caderas de adolescente, haciendo bailar
las pupilas de Eddie al mismo ritmo.
“Qué culo de diosa”, susurra Eddie
para el registro, refocilándose en la contemplación de las nalgas que pendulan
para jactarse de su turgencia, de su elasticidad, de la firmeza de sus carnes,
de la suavidad que se adivina bajo la tela, y despiertan en su interior la
añoranza de una pasión desbordada. “Debes preguntarle el nombre cuando vuelva,
Amarales, no vayas a olvidarte. Es un bombón, vale la pena el riesgo de meterse
con los bachichas vengativos y peleones. Aunque bien sabemos a estas alturas
que las mujeres y el vino, hacen errar el camino”. Menea la cabeza
desesperanzado y enfoca la pared atiborrada de adornos. Encuentra una foto en
sepia del Vesubio, frente a cuya silueta sonríen dos campesinas maduras y
gruesas, abuelas de algún inmigrante de comienzos del siglo veinte. Un programa
de la fiesta de San Gennaro de 1928, impreso en papel rosado de papalote. El
puerto de Hamburgo en una postal desteñida prendida de un chinche. Lo aburre su
investigación infructuosa. Desliza la lengua sobre los labios para
humedecerlos. Entonces su derredor se torna un poco más oscuro y levanta la
vista justo cuando un hombre alto y robusto se acomoda en la silla enfrente de
él.
-Hola,
Eddie –lo saluda y le extiende la mano sonriendo-, Omar Escobedo, tu compañero
de primaria. Apuesto a que en la calle no me habrías reconocido.
-Pues no, para ser francos, no; para
qué vamos a decir una cosa por otra –responde serio, pero luego abre paso a una
alegría genuina y se entrega-. No te habría reconocido, buey, estás muy
chingón, carajo, más elegante que la yegua del payaso –replica Eddie
estrechando la mano que le ofrece: vigorosa, nervuda, le hace crujir los
dedos-, híjole que aprietas fuerte cabrón, ¿hiciste el curso de Charles Atlas por
correspondencia? Suelta de una vez, que voy a tener que entablillarme, mira que
sigo siendo el mismo alfeñique.
-¿No estás bebiendo? Me extraña que
pierdas el tiempo, Eddie, no te reconozco, cabrón. ¿Estarás ablandándote con
los años?
-Acabo de llegar no más buey,
reciencito pedí una botella... de vino. No te rías, cabrón, no mames –increpa
con picardía al recién llegado-, hace daño burlarse de la desgracia ajena. Los
tiempos del trago fuerte y duro terminaron, sin vuelta. Me queda hígado para
una década de dieta, con suerte. De modo que debo predicar eso de que más vale
gota que dure y no chorro que pare. Me convertí en un buen ciudadano, pago
impuestos, bebo con moderación y fornico
solamente en domingos y festivos no religiosos.
La signorina se acerca
silenciosamente para disponer otro par de cubiertos, suponiendo que el recién
llegado también cenará. Deja al centro una panera repleta de bollos, unos
platos pequeños con bolas de mantequilla de distintos colores, la botella de
vino, una copa y la mineral de Eddie, y unas servilletas de género agujereadas
por años de refriegas y lavados. Los dos hombres admiran la destreza de los
movimientos de la mesera, atisban el temblor de los senos bajo el delantal y
cada vez que ella se inclina para acomodar algo sobre la mesa, vigilan el borde
inferior para advertir el nacimiento de los muslos blancos y vigorosos. Cuando nada
queda por hacer, apoya sus manos en el espacio de la mesa entre los dos
clientes. Sus dedos son largos, finos, no lleva anillos, y las uñas están
cortas y sin barniz. Busca los ojos de Escobedo que andan extraviados en la
observación de sus piernas y carraspea un par de veces antes de dirigirle la
palabra.
-¿Al signore se le ha
extraviado alguna cosa allá abajo o no tiene apetito? ¿Qué posso
ofrecerle? ¿Desea spaghetti, caneloni, lasagna? ¿Le sirvo
vino, gaseosa, un café?
Amarales se enfurruña pues advierte en
la camarera un tono travieso, un flirteo
que evidencia interés por Escobedo. Quizás ha perdido su chance en una partida
que recién comienza.
-¿Tiene gnocchis al pesto?
-Ah, es la especialidad de la casa. Buena
decisión. ¿Vino rosso, como su amigo?
-Está bien, vino rosso. En mi país
lo llamamos vino tinto.
-¿Tinto? Qué gracioso, parece que
bebiera pintura –deja escapar una risa llena de coquetería. Una voz de mando
proveniente de la Nonna la trae de vuelta a tierra-. Ahora le traigo una copa,
los platos tomarán unos minutos, porque se preparan al momento de pedirlos. Les
dejé unos appetizer para acortar la espera. Bonna sera.
-Grazie signorina –Amarales
sigue con gula el cadencioso andar de la muchacha y suspira-. Es una maravilla,
está de comérsela. ¡Que me lleve la chingada! Jalan más dos chiches de mujer
que una yunta de bueyes, decía la finada abuela Xóchitl –se queda callado unos segundos y frunce el ceño-. Pues
ahora cuéntame. No habrás volado miles de millas para atracarle a unos pinches tallarines
con este servidor.
Escobedo lo mira a los ojos
asintiendo, dándole razones sin pronunciar palabra. Esas pupilas le dicen
muchas cosas a Eddie Amarales. Primero que no se trata de un simple viaje, como
sospechaba, y que el asunto es serio. Segundo: de involucrarse, su
participación implicará peligros considerables. Tercero, que hay mucha
urgencia. Lo que falta son valientes, no hazañas, dijo su interlocutor la
última vez que estuvieron juntos, un par de años atrás. Eddie sabe que quien
tiene al frente no le teme a nada, ni siquiera a la muerte. Que su nombre no es
Omar Escobedo, sino Tomás Arancibia, y que eso implica que entró bajo una
identidad falsa, o que cruzó ilegal desde México. Y que se viene una operación
de proporciones.
-Cántame la canción que traes, cabrón;
tú sabes que eres mi jefecito y que puedes confiar en mí a todo dar. Dime cuál
es el pedo, pero más te vale que andes con un chingo de lana, porque cuesta
caro jugar con muñecas de porcelana –esto último lo dice exhibiendo sus perfectos
dientes en una sonrisa discordante con
su apariencia de fraile.
La camarera aparece para escanciar una
copa de vino frente a Escobedo, que le regala una sonrisa encantadora,
irresistible, de machote bueno, Clark Gable haciendo de Rhett Butler. Ella
percibe el mensaje, se sonroja un poco y le retribuye con una venia ridícula
antes de retirarse cimbreando sus nalgas.
-¡Signorina! –la llama Omar
Escobedo- Venga por favor –ella gira como si un resorte la hubiera accionado,
todavía sonrojada, con el rostro iluminado por una sonrisa de Cenicienta-.
Dígame, ¿cuál es su gracia? –esta última palabra la dice en español.
-¿Mi “gracia”,
signore? Non capisco niente.
-Él quiere saber su nombre, señorita.
Pasa que el señor viene de un pinche país del tamaño de un guisante donde
hablan un dialecto de pendejos que suena a pelea de macacos.
-¿Il mio nome? Emilia Marvulli
–responde con una voz encantadora, con las mejillas encendidas, sin dar
importancia a los intentos humorísticos de Eddie, y escapa hacia la cocina en
nerviosa carrera bajo la severa vigilancia de la Nonna.
-Bueno, lo primero es lo primero
–acota Escobedo-, no hay mejor manera de iniciar un negocio que brindando con
un viejo amigo
-Dulce
licor, suave tormento, ¿qué haces afuera?, vamos pa' dentro –retruca Eddie y
alza su copa.
Escobedo hace lo propio y estrella su
copa contra la de él. En la semipenumbra del local el vino adquiere una
tonalidad rubí y por un instante el cristal refleja las luces tenues. Ambos se
desean salud; beben un sorbo sin soltarse la mirada, como adversarios a punto
de batirse a duelo. Dejan las copas sobre la mesa al unísono y se abandonan al
ruido de fondo: fritangas, voces en italiano, una botella descorchándose,
líquidos que escurren, risas, brindis, el llanto lejano de una cría, sillas
arrastrándose, la Nonna apresurando a una doncella a punta de
blasfemias.
-Quiero saber si estás disponible para
un trabajo difícil. Espero que no te hayas acomodado, Eddie, que no vivas para
el partido béisbol de la tarde, ¿entiendes?
-Como quien dice “el miedo guarda la
vida”. Ni tengo pinche vieja ni escuincles que esperen en una bonita casa con
antejardín, si es la pregunta. Todavía no me canso de arriesgar los huevos cada
noche. Y no le he entregado ni la oreja ni el alma a las grandes bandas;
mantengo mi libertad para vagar donde quiera, esa viene a ser mi única riqueza
hermano –se yergue en su silla y apoya las manos abiertas en su pecho-. Sabes
que te hablo con el corazón abierto, sin dobleces.
-¡No te has aburguesado, Eddie! Estoy
frente a un héroe de la modernidad. ¡Salud cabrón! ¡Por el ejército de chavalas
buenas mozas que estarás manejando!
-Nada de ejércitos de muñecas buey, soy
hombre tranquilo. ¡Salud por los viejos tiempos! –choca de nuevo su copa con la
de Escobedo y bebe un largo trago- Así bebemos los mexicanos, ¡hasta ver el
fondo de la copa! –Eddie vigila a Escobedo para verificar que cumpla el ritual:
no dejar vino en el vaso y entregarse a la liturgia del reencuentro- Hoy
beberemos amigo, mañana será otro día. Puedes confiar en este cuate. Conoces mi
divisa: si es difícil, lo hago luego; y si es imposible, me esperan tantito.
-Está bien Eddie, bebamos y comamos
como guerreros, pero platiquemos de negocios unos minutos antes de que el
alcohol nos revuelva los pensamientos. ¿Por mera casualidad conoces a este
hombre? –Escobedo le extiende la fotografía de un hombre maduro, rubio, de ojos
azules, con bigote y barba rojiza, de apariencia astuta y atlética- Mira bien
la foto, puede haberse teñido el cabello, rasurado, usar lentes de
contacto, qué sé yo…
Amarales queda pensativo, con la foto
sostenida por una esquina entre pulgar e índice, arrugado el entrecejo,
concentrándose antes de dar respuesta a su amigo, calculando sus palabras, las
consecuencias que se le vendrán encima como arpías: despiadadas, feroces. No
puede mentirle, no puede abandonarlo en medio de la jungla. ¿Pero está obligado
a decir todo lo que sabe? ¿Tiene que involucrarse con él, posee la locura y los
huevos que se requieren?, sabiendo de adelantadas que van a madrearlo sin
remedio, que lo más probable es terminar tirado con un par de plomos en el
cuerpo y uno en mitad del cráneo. Levanta la mirada para encontrarse con la de
Omar Escobedo. Él lo mira directo al fondo de sus ojos, percibe un cosquilleo
en lo más profundo, como si penetrara en sus pensamientos. Al final se rinde a
sus emociones: vergüenza, lealtad, entrega. Los brazos le cuelgan a los lados
convertidos en peso muerto, se ruboriza un poco y la barbilla le tiembla antes
de hablar.
-Tomasito... Omar, como quieras
llamarte, eres el único ser humano que aprecio en este mundo. Mi último amigo,
cuate. Los otros dos compadres que tuve duermen bajo tierra, con sus
antepasados. Aunque nos encontremos a las perdidas, como ahora, eres mi cuate.
Bebo con otros, salgo de juerga, hago negocios, pero sabemos que para esos
afanes bueyes siempre sobran –se queda en silencio, masticando sus
pensamientos, algunos de ellos duros, amargos, difíciles de tragar-. Ya ves, un
telefonazo y estoy aquí, a tus órdenes. Así
doy testimonio de mi amor, cabrón, esto te lo platico desde la mismísima
alma. No vayas a pensar que soy un pinche puto por lo que te declaro ahorita,
esto del amor que siento por ti. Soy bien macho, por eso te lo digo –una
lágrima brilla en su ojo derecho y la enjuga rápidamente, azorado-. Lo digo
porque te quiero jefecito. Mira, toma el primer avión y regrésate a tu patria,
no esperes ni un jodido segundo. No mames, no te metas en este pedo, que es el
asunto más peligroso que puedas escoger. Saber vivir en este mundo es la mejor
hazaña, mira quién te lo dice.
Escobedo lo oye sin pronunciar
palabra, tranquilo, inalterable, como si no corriera sangre por sus venas. El
miedo que Amarales trata de infundirle no lo alcanza; una aureola invisible,
una coraza lo envuelve y lo torna invulnerable. En sus pupilas brilla una
determinación que espanta a Eddie: no hay escapatoria, su amigo enfrentará al
hombre de la fotografía y no habrá fuerza humana capaz de contenerlo. Él conoce
el temperamento de su cuate Tomás. No retrocederá un milímetro. Se desplazará
como un tanque hacia su objetivo: frío,
mortal si es preciso.
-Eddie, yo sé que tú sabes –pregunta
Escobedo con un tono que solo deja espacio a una confirmación. Y lo queda mirando.
Amarales inclina la cabeza para huir
de aquella mirada que parece taladrarle el cerebro, hurgar en sus pensamientos
y convertirlo en un juguete a control remoto. El hombre que tiene al frente, su
único amigo, explota el ascendiente que posee.
Esa historia de aventuras donde
se fraguó una confianza total y recíproca, ese sentimiento que hace
indestructible la amistad. “A la hora de enfrentar dilemas complejos, actúa
según tus principios”, piensa Eddie, y después sonríe con alivio.
-Sabes que cuentas conmigo cabrón,
cuando quieras y donde quieras –la voz de Eddie contiene trazas de emoción, una
especie de dolor o llanto contenido, y al mismo tiempo afecto-, imagino que has
calculado bien el terreno que vas a pisar... que vamos a pisar, quiero decir...
así que platiquemos acerca de tus razones para buscar a ese hombre. O de lo que
quieras platicar.
-No puedo contarte menos que todo,
Eddie, somos amigos y no hay ni habrá secretos entre nosotros. Al sujeto de la
foto lo conozco por William. Es un individuo peligroso, ligado a grupos de
enorme poder que actúan en secreto, con gran discreción.
-Agrega a la lista que tienen toda la
lana del mundo. Un ejército de guaruras armados hasta los dientes, dispuestos a
destripar a sus madres si lo ordenan sus jefes. Influencias políticas
diseminadas por el mundo, agentes emboscados, empresas enormes, relaciones con
grandes consorcios. ¡Una chingadera mano! Es como caminar aliñado con cilantro
y hepazote hacia la boca del lobo...
-Lo sé hermanito, no te pongas
nervioso. Bebe un trago a mi salud –Tomás llena de vino las copas para brindar
con su amigo-. Eso es, ¡salud cabrón!
Estrellan los cristales en la
semipenumbra del Luna`s, sumergidos en el murmullo impreciso que produce la
superposición de las parejas que conversan de amor, las familias que ríen para
celebrar el ingenio de los chistosos, los amigos que comparten confidencias,
los socios que planifican negocios. La Nonna escruta el ambiente con su
arrugada cara de tortuga, atenta a una señal misteriosa de los dioses, una
catástrofe o un milagro que podría acaecer en cualquier momento. Por fin, después
de tomar aire como para una larga inmersión, Escobedo comienza a hablar.
-Creo que las cosas ocurrieron de este
modo, pero no pasa de ser un cúmulo de suposiciones. William secuestró a mi
padre, Eddie… bien, supongo que sus esbirros lo hicieron. Él no mancha sus
manos con trabajo sucio –afirma Escobedo después de saborear el vino de la
casa. Su rostro adquiere una expresión en la cual Eddie reconoce las señas de
la angustia-. Deben estar haciéndolo pedazos en una cárcel secreta. William es
un pájaro de cuentas que escapó de Chile para venirse a Nueva York hace un año,
escapando de... Bueno, a ti te lo puedo decir, huyendo de nosotros. Sabíamos
que se había refugiado acá, Rubén tuvo que asistir a un congreso y supongo que
se cruzó con William... que trató de seguirle el rastro, una imprudencia
terrible. Desapareció sin dejar huella. Hace una semana que no sabemos de él.
Amarales se queda estático mirando a
su amigo, sin saber qué decir. A él, que es de palabra fácil ahora se le
atraganta hasta la frase más trivial; un torniquete en la garganta se lo
impide, lo asfixia. Le falta el aire, tal vez por efecto de la atmósfera
encerrada del Luna`s, del humo que expelen los fumadores empedernidos. O quizás
sea miedo, una serpiente helada deslizándose por su espina dorsal mientras
evoca el rostro de Rubén e imagina los tormentos que estará padeciendo,
comprende la angustia de su amigo y
aquilata el terror que anida tras los acontecimientos que Tomás le ha expuesto.
Traga saliva antes de hacer una inspiración profunda, se sumerge en una noche
de espectros horribles. Cuando niño soñaba con pavorosos seres que lo raptaban
para devorarlo; se despertaba gritando y llorando para que su abuela Xóchitl lo consolara apapachándolo,
entonando antiguas canciones en náhuatl.
Siempre intuyó que llegaría a un punto como este, un cruce ineluctable donde
deberá escoger el camino más difícil: entrar a la boca del lobo por voluntad
propia, por lealtad, por amistad, por locura, y cumplir con aquello que el
destino le ha tenido reservado desde el comienzo. Y que su abuela Xóchitl ya no estaría allí para
confortarlo.
11 julio, 2014
En Viña del Mar, el próximo viernes 25 de Julio, a las 19:30 hrs. se presentará la novela de ciencia ficción OJOS DE METAL de Diego Muñoz Valenzuela, en el CAstillo Wulf, Av. Marina 37
Ojos de metal combina la ciencia ficción y el género negro en una
trama delirante, cuya acción ocurre en Nueva York. Hacia allá viaja Rubén Arancibia, el científico creador
de Tom, el androide que ha traspuesto el límite que separa a máquinas y humanos
haciendo realidad el sueño de la inteligencia artificial. Rubén,
imprudentemente, ha ido tras los pasos del líder de Génesis, el siniestro y enigmático William van der Rohe.
Génesis es una organización internacional de enorme alcance,
vinculada a poderes fácticos y económicos que manejan una cohorte de gánsteres,
extorturadores y agentes de inteligencia, narcotraficantes y criminales que han
diseminado el horror por todos los rincones del planeta.

Ojos de metal conforma una trilogía
con Las criaturas del cyborg
y la celebrada novela Flores para un Cyborg, que inició la
serie y obtuvo en 1996 el Premio del Consejo Nacional del Libro. Flores para un cyborg tuvo el mérito de ubicar nuevamente –tras un largo
silencio- la ciencia ficción en el centro de la escena literaria chilena. Flores para un cyborg ya tiene tres
ediciones en Chile y está publicada en España (2008), Italia (2013) y
próximamente en Croacia.
Más allá del sello especial que le otorgan la ciencia
ficción y el neopolicial, que asegura tensión y placer a sus lectores, Ojos de metal se entronca hondamente
con aquella literatura que pone su centro en los asuntos humanos. La dimensión
social es un protagonista esencial de esta novela, al igual que su prosa ágil y
el sentido del humor que invitan a una lectura grata y vertiginosa.
Diego Muñoz Valenzuela (Constitución, Chile, 1956)
Ha publicado seis libros de cuentos: Nada
ha terminado, Lugares secretos, Ángeles
y verdugos, De monstruos y bellezas, Déjalo ser
y
Las nuevas hadas; tres novelas: Todo el amor en sus ojos (tres ediciones:
1990, 1999, 2014), Flores para un cyborg (tres
ediciones: 1997, 2003, 2010) y Las
criaturas del cyborg; y los libros ilustrados de microrrelatos Microcuentos
(libro virtual, 2008, con Virginia
Herrera) y Breviario Mínimo (2011, con Luisa Rivera). Se distingue como
cultor de la ciencia ficción y del microrrelato.
Ha sido incluido en antologías y muestras
literarias publicadas en Chile y el extranjero. Cuentos suyos han sido
traducidos al croata, francés, italiano, inglés, islandés y mapudungun. Distinguido
en numerosos certámenes literarios, entre ellos el Premio Consejo Nacional del
Libro en 1994 y 1996. La novela Flores
para un cyborg fue publicado por EDA Libros en España (2008) y en Italia,
por la editorial Atmosphere Libri (2013), y se publicará por la editorial ALFA
en Croacia a fines de 2014; y el volumen de cuentos Lugares secretos en Croacia por ZNANJE
en 2009.
En 2011 el autor fue seleccionado como uno de
los "25 secretos literarios a la espera de ser descubiertos" por la Feria Internacional del Libro de
Guadalajara para celebrar sus 25 años de existencia. En 2012 recibió la MEDALLA
COLIBRÍ 2012 en categoría Literatura Juvenil / Libros de Ficción, otorgada por
Colibrí-IBBY Chile (International Board on Books for Young People) y el Centro
Lector de Lo Barnechea, por el libro de microrrelatos ilustrado Breviario
Mínimo.
Más detalles en:
05 julio, 2014
Banalidad de la literatura
Escribí, escribí, escribí. Así,
en pasado. Cuando usted lee estas líneas, ya no soy. Así son las cosas
28 junio, 2014
Capítulo 1 TODO EL AMOR EN SUS OJOS, novela publicada por LOM
CAPITULO I

—Ulises—dije —, Ulises— no sé si por Joyce, Homero o simplemente porque sonaba bien; o por las tres razones. Además qué importa, nadie me preguntó nada, ahora era Ulises y punto. Mejor dicho debía aprender a ser Ulises, que no era lo mismo que ser rey de Itaca, cegador de cíclopes, encantador de brujas, excusa de tejido, eterno esperado. Me aburrí un rato escuchando la lata de alguno, me entretuvo lo de otro. Llegó mi turno y di mi opinión mientras Rubén tomaba breves notas, mirándome apenas, palabras que escribía con un lápiz Faber Nº 2 en una hoja blanca, delgada, casi transparente, comestible. Hizo una especie de asentimiento leve con la cabeza cuando terminé. Pensé que había hablado dos o tres minutos más de lo convenido. Sin embargo, noté que me habían escuchado con atención, con interés. Eso me tranquilizó. Miré las ideas anotadas en el papelito pequeño que habría de quemar al término, pulverizar sus cenizas y esparcirlas en un viento que no existía en aquella pieza oscura, cerrada, llena de aire viciado y humo espeso de cigarrillos, donde todos hablábamos en voz bajita, casi en susurros, como en un aquelarre o misa negra o en una espectral catacumba. Me concentré con toda el alma en las piernas de Sonia. Rubén siguió su labor de anotación; siempre escribía algo. Después se refirió a las opiniones. La mía le llamó la atención, pero habló de todas. Recordaba los nombres con precisión, despejó algunas dudas, nos provocó otras terribles.
—¿Cuánto tiempo creen ustedes vamos a necesitar: uno,
cinco, diez, treinta, más años?— nos preguntó mientras repartía los
periódicos.
—Ah, casi se me olvida, el precio está marcado en la
portada. A fin de mes me lo pagan junto a la otra plata, y sin correrse, que es
importante.
Hablamos
de objetivos y lugares, de tiempos y estrategias. No opiné, porque no se me
ocurrió nada. Discutieron largo rato acerca de la consigna de una pintada
mural. Ahí sí que intervine, debía ser una frase corta, llamativa, capaz de
atraer la atención. Propuse, con falsos aires de improvisador, una que tenía
en mente hace bastante tiempo. Rubén la anotó en su alargada hoja blanca. Fue
aprobada con cierto entusiasmo. Después preguntaron por voluntarios para el
rayado. Se requerían tres, más personas implicaba un riesgo innecesario. Me
sentí obligado, pero mantuve silencio, atento a la reacción de los demás que
recién venía conociendo, imaginando cómo sería aquel rayado nocturno en medio
de las patrullas militares, los focos, las bengalas, los ruidos de motor
aproximándose, el furgón lentísimo a la vuelta de la rueda doblando la esquina.
Sonia levantó la mano sin hablar; prácticamente no había abierto los labios
en toda la reunión. Sentí más pesada la obligación de ser voluntario, y sin
querer bajé la vista como cuando el profesor pregunta algo difícil y los
alumnos agachan la cabeza hundidos en una meditación profunda o una tarea
urgente. Comencé a temer que Rubén me nombrase, “Por qué no contesta usted,
Valenzuela”, y yo levantándome enrojecido de vergüenza, sin poder articular
palabra. Entonces recordé que ahora era Ulises, que no podía hundir la mirada
en el piso, que era atractivo como el canto de las sirenas, y subí los ojos.
—Yo voy— dijo
Daniel. Entonces levanté la mano derecha en la misma forma que había visto a
Sonia (fue un gesto mecánico, no una imitación).
—Yo también— y quizás hablé demasiado fuerte con el
nerviosismo, porque los otros dieron un respingo. O tal vez no esperaban que
yo saliera con esa a la primera, más de uno habría pensado que después de tanto
hablar resultaría difícil a la hora de asumir tareas. Me sentí bien, satisfecho
de mí mismo. Daniel me bajó a la tierra con eso de “Al término nos ponemos de
acuerdo en los detalles para no interrumpir la reunión”. Yo asentí y se me cruzaron
los ojos con Sonia, sonriéndose a todas luces por las pupilas, divertida con
esos arranques míos un poco obvios. Huí de su mirada hasta mis apuntes y tracé
un garabato que no significaba nada y me hizo sentir todavía más ridículo que
antes. Se acordó también que Sergio y Mariel volantearan vigilados por Hernán.
Lugares, día y hora serían entregados por Rubén, de acuerdo a un plan de
acciones propagandísticas. Lo mismo corría para el rayado mural. Rubén miró la
hora en el reloj de pulsera que había dejado sobre la mesa, de modo de poder
observarlo en cualquier momento.
—Bien, estamos al término, yo salgo primero, después los
demás, con diferencias de por lo menos quince minutos. Si algunos vinieron en
pareja, salgan del mismo modo para no llamar la atención. Ya tengo forma de
comunicarme con ustedes. Me verán sólo cuando sea preciso. Ah, perdón, nunca
les dije mi nombre, soy Rubén, cuídense, chao, nos vemos —se despidió de cada
uno. Un apretón de manos para los hombres. A las mujeres les daba un beso en
la mejilla y les tomaba el antebrazo con la mano derecha.
—Te
felicito por tus opiniones compañero— me dijo —están bien, ya tendremos tiempo
para conversar— y me estrujó los dedos con afecto. Me puse contento, pero
después sentí vergüenza. Sonia miró a través de la cortina hacia la calle
antes de abrirle la puerta. Rubén tenía un aspecto cuidado y meticuloso; su
afeitada impecable y sus libros lo hacían parecer un estudiante ejemplar.
Sergio y Mariel se fueron juntos. Dijeron que estaban apurados en llegar a
almorzar a la casa de la madre de ella. Se fueron. Yo pretexté que tenía una
prueba al día siguiente para no quedarme solo con Sonia y sus ojos risueños. Me
despedí con un ademán de Hernán y Daniel, pero a ella tuve que besarle la
mejilla en la puerta. Incluso creo haberle dicho “hasta la vista” o algo así de
estúpido, antes de salir pensando en que merecería que me acribillaran por
imbécil.
Y en cada auto estaban ellos esperándome con sus
ametralladoras, y cada persona que se cruzaba conmigo adivinaba todo lo que yo
hacía con sólo mirarme, y se daban señales a mi espalda sobre la cual caía el
sol de mediodía sin que pudiera sentirlo mientras escapaba de mis enemigos,
hundía un madero aguzado en el ojo de Polifemo, asaltaba un nido de
ametralladoras, seducía a Circe que era Sonia.
23 junio, 2014
La hora del recogimiento
Como era Hora de Recogimiento nadie
caminaba por la enorme avenida. Era,
quizás, hora de almuerzo y el sol hacía hervir los tejidos y el renegrido pavimento. Muy de
tarde en tarde una mirada atravesaba los
vidrios y caía indiferente sobre la
desolación exterior.
Y a lo lejos, una minúscula
partícula que se va transformando en un
hombre, un hombre que camina por las calles, que se acerca... El sol lo hace transpirar en abundancia, casi
derrite su cuerpo, es vapor lo que se
fuga por sus poros. Posiblemente la Hora no
tenga más sentido que evitar este calor terrible, Pero sólo tal vez.
Llegaré a la avenida y después daré
la vuelta ‑ murmuró el hombre para su
propio oído, medio trastornado por la torridez. Todo es más infierno, más brillante, punzante en los
ojos. En el confín de la visión la
avenida se vuelve atractiva e inalcanzable.
Imposible apresurarse. El calor ataca en raudales para quemar el aire. La Hora está en su apogeo.
El hombre llega a la avenida, se
dispone a atravesarla. Pisa el asfalto.
Con lentitud empieza a cruzar, con la mirada fulgente, lleno de expectación. Una extraña música
invade la atmósfera en el preciso
momento en que se siente aprisionado. Kiss, Bee‑Gees, Frampton, Clapton, northamerican music, it's
all the same. Un
pie se hunde en el alquitrán. Nights of
Broadway. El otro también. No puede
salir. Grita, grita, grita, maldice, tironea. Nada; está atrapado. La música ensordece para que no se
escuche la voz, el sol adormece y destruye.
Alguien grita, alguien hace esfuerzos
para liberarse.
El sol ha caído para convertirse en
crepúsculo y el hombre de alquitrán
espera algo, de rodillas. La Hora ha terminado.
Acude el camión municipal; de él
saltan algunas siluetas que cortan el
asfalto endurecido alrededor de los pies del hombre y acaban por extirparlo del pavimento; después
lo llevan a la parte trasera del
vehículo. Lo dejan solo. Cierran la puerta y luego, por una rendija, dejan caer una radio hacia
el interior. El hombre abre la boca,
pero unas palabras en inglés le aprisionan
la garganta. Abre los ojos, pero una fiesta de colores y movimientos ataca su cerebro.
Quiere
morir, quiere estar muerto, pero oye, aún escucha, the music, the succesful, the extraordinary music
proceeding from the great country of
North.
El camión se pone en marcha y
acelera por la avenida.
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